En las últimas semanas menudean las opiniones (y también las crónicas y artículos) de periodistas destacados que proclaman la necesidad urgente de denunciar las mentiras del político, el empresario y otros destacados líderes sociales. Las mentiras, las falsedades y engaños, que vienen adueñándose de los discursos públicos desde hace años de años, son ya exageradas en número y trascendencia y su avalancha crece.

Los mentirosos profesionales, digamos que Bush o Trump, han creado una escuela tan aplicada que la mayoría de políticos mienten o exageran no solo por descaro, sino sobre todo porque les beneficia electoralmente. La palabra furiosa del autoritario, el nacionalista rabioso, el racista o el homófobo llega desde hace tiempo cargada de algo más que insultos, la calumnia y la befa, sino de un exagerado engaño que se transforma muy pronto a base de repeticiones múltiples en la verdad que enturbia tanto nuestra opinión como las bombas de racimo destrozan pelotones de los ejércitos.

En esta situación de alarma, cuando se entierra la verdad en beneficio del bruto y el desquiciado que está en el poder o lo busca, que aparezcan periodistas dispuestos a limpiar de los hechos ciertos la hojarasca pútrida de la mentira es toda una bendición. Se trata, afirman, de no dejar de advertir al lector, oyente o televidente cuando un político miente y se prueba su impostura. Algunos profesionales y editores ya lo vienen practicando y otros muchos comienzan a evaluar con mayor detenimiento si de verdad les vale la pena seguir dejando correr la bola de la mentira, o simplemente la información no confirmada, en aras de mantener o incrementar la audiencia que cabalga a lomos de la falsedad y el escándalo.

Numerosos colegas sostienen que la campaña electoral de tres meses ya en marcha debería ser el tiempo propicio para empeñarse en ser fielatos del engaño. Además, este ejercicio de limpieza profesional lo necesitan también ellos y sus editores para ganar crédito cuando las redes se infectan de intereses espurios, influencers, demagogos y empresas dedicadas al riego masivo de mentiras. Cuando se considera periodismo desde programas como Sálvame hasta el blog de cocina denuncia, algo terrible está ocurriendo; el periodista y los editores de medios deberían de salir a toda velocidad del lugar que la fuerza de la mentira y el engaño les está situando.

Porque cuando una noticia comprobada del New York Times, por ejemplo, tiene menos crédito e influencia que el rebuzno madrugador del tuit de Trump, algo terrible nos está ocurriendo. Porque si Pablo Casado insiste en que el PP es el padre de la ley contra la violencia de género, y no se hace estallar la trola, algo va muy mal en nuestro país.

Escribía a mediados del año pasado el periodista Fernando González Urbaneja un artículo que titulaba Cuando la mentira se equipara a la verdad, el periodismo deviene en propaganda. En él anota que «lo curioso es la ausencia de respuesta a ese fenómeno». Y tenía toda la razón. Acaso cuando termina 2018 e irrumpen en nuestro país «nuevos demonios» políticos se hacen más perentorias las respuestas. Tajo hay más que de sobra. Además, puede que la beligerancia del periodista contra la mentira sea también la penúltima tabla de salvación de su profesión. Porque si entre todos dejamos que el engaño se adueñe del titular, no solo padecerá la sociedad, sino que el periodismo habrá muerto. Realizar una lectura atenta y critica de los respectivos programas electorales de todos los partidos y analizar sus propuestas, podía ser un buen principio.

* Periodista