El optimismo va por barrios. Y así sucede que mientras unos cantan victoria, creyéndose las macrocifras esgrimidas por el Gobierno para justificar la salida de la crisis o simplemente porque ellos han sabido pescar en mar revuelta, otros no ven ni de lejos la luz al final del túnel. Por desgracia, el grupo de los que siguen viendo la botella medio vacía es mucho más numeroso, puesto que la alegría económica de antes de que todo se viniera abajo dista mucho de tocar a la gente corriente, la que vive de un sueldo con el que las pasa negras para llegar a fin de mes. Pero la escalera de la escasez tiene muchos peldaños de descenso que van estrechándose hasta desembocar en el infierno de los pobres, esa nada cotidiana donde habitan miles de familias y personas solitarias que lo han perdido todo, si es que alguna vez tuvieron algo, y hasta su dignidad de seres humanos se les escapa por las grietas del pozo sin fondo en que se hunden. No es una descripción melodramática, es la realidad que sufren muchos desheredados de la fortuna, algunos bastante más cercanos de lo que creemos, y la que perciben quienes han hecho de su vida una cruzada contra la miseria ajena, como Cáritas y otras oenegés.

Coincidiendo con la Semana de la Caridad que se celebra en torno a la festividad del Corpus Christi, los responsables de Cáritas Diocesana en Córdoba han dado a conocer datos demoledores, circunstancias que, más allá de las inquietantes cifras, son una desesperada llamada de auxilio que a nadie debería dejar indiferente. Cuentan que la crisis no solo no ha tocado techo sino que la que sí que lo ha tocado es la propia Cáritas, que el pasado año se vio obligada a reducir su ayuda a 20.000 familias --casos en situación muy grave, sin ninguna prestación social-- frente a las 30.000 atendidas en 2016.

Y no precisamente por falta de demanda, sino por escasez de medios para darle respuesta. Porque una de las consecuencias de la euforia que cacarea la falsa huida de los malos tiempos es que las donaciones se han reducido. La generosidad, salvo en los santos, y de esos estamos más bien cortitos, es un sentimiento veleidoso; nadie es magnánimo sin interrupción sino a golpe de aldabonazos a la conciencia, que pasan por no esconder la verdad que no nos gusta. Así que ante el espejismo de que todo vuelve a ir bien, se aflojan las dádivas y, por más que las estire, a Cáritas no le salen las cuentas.

Además, denuncia, la crisis no ha sido neutral, sino que se ha cebado en los perfiles más vulnerables de la sociedad. Ha azotado especialmente a los niños, los más indefensos ahora y siempre --la miseria se hereda, de modo que los pequeños más desvalidos de hoy serán también los adultos más necesitados--, y se ha ensañado igualmente con los ancianos y con las mujeres. La pobreza se feminiza, y en Córdoba tiene el rostro de una mujer joven y sola con varias personas a su cargo. Lo contaba hace unos días este periódico haciéndose eco del informe Monomarentalidad y empleo, de la Fundación Adecco, con datos nacionales que bien pueden extrapolarse al paisaje cordobés: la mitad de las mujeres que soportan las cargas familiares están en paro o trabajan en negro, tres de cada cuatro han tenido que reducir gastos fijos en el hogar y solo un tercio recibe algún tipo de prestación, además de sufrir el estigma social en muchos casos por ser madres solteras o simplemente por mostrarse como mujeres libres. Como ven, hay muchos motivos para no bajar la guardia y seguir siendo solidarios.