La Unesco ha añadido la pizza napolitana a la lista de casos y cosas distinguidas con el marchamo de «Patrimonio inmaterial de la humanidad», como lo son los castelles de Tarragona, el silbo gomero, el flamenco, el tango, la cetrería o las fallas de Valencia, y los franceses (tan chauvinistas ellos) han puesto el grito en el cielo inquiriendo a la institución: ¿y por qué no la baguette? Ante tal agravío, la semana pasada hubo una reunión en el Eliseo del presidente de la V República con los panaderos --33.000 panaderías hay en Francia-- y proclamaron solemnemente que la baguette francesa es la mejor del mundo, además de ser un icono. La baguette tiene su pequeña historia, y debe su leyenda por ser el único pan que podían ofrecer la panaderías francesas cuando se impuso la prohibición a los obreros de trabajar de noche, no pudiendo los panaderos empezar la jornada antes de las cuatro de la madrugada. Como ahora no hay quien vele por la salud de los currantes, de aquella defensa del sueño nocturno hemos pasado al veinticuatro horas, el low cost y abierto hasta el amanecer. Pero volviendo a la baguette, ahora aspirante al título, fue el cacho de pan largo y estrecho que lograban poner a la venta cuando el trajín de la ciudad comenzaba. Si los franceses consiguen hacerla patrimonio inmaterial de la humanidad, y lo conseguirán porque la Unesco tiene tanta manga ancha como la Real Academia Española aceptando ocurrencias, barbarismos y vulgaridades sin cuento, luego vendrán los cordobeses a pedir que se patrimonialice el salmorejo, el rabo de toro o el flamenquín, o los tres a la vez como la santísima trinidad, y los valencianos que se haga lo propio con la paella, los cántabros con la quesada pasiega, los gallegos con el pulpo do feira, los catalanes con el pan tumaquet y los murcianos con el paparajote. Esto por lo que respecta a la comida, pues también ante la Unesco imploran atención otros lugares y celebraciones, como por ejemplo el carnaval gaditano que, con Alejandro Sanz liderando la iniciativa, también pide la bendición patrimonial y humanitaria. España adoptó en mayo de 1982 la Convención para la Protección del Patrimonio Cultural y Natural de la Humanidad de la Unesco. Dos años más tarde se incorporó la primera lista española con cinco bienes del patrimonio, donde figuraban la Alhambra, la Mezquita y la catedral de Burgos. Ya ven cómo se han ido rebajando las exigencias hasta patrimonializar toda rareza autóctona que pueda atraer turistas, y así hasta que no figurar en la lista de la Unesco sea un signo de distinción. Como dice Patricia Benito en Primero de poeta (échenle cuentas): «Hay sitios/ en los que echar de menos/ es totalmente necesario».

* Periodista