Nada más lejos de mi intención defender a alguien que ha insultado a gente, a un animal insensible o a quien fomente el odio e imponer valores antisociales. Pero... (¡Ay! Alguien dijo que todo lo que se dice antes de pronunciar la palabra pero no vale para nada). Pero de ahí a que haya gente que ya ni se atreva a comunicar una idea por la presión del riesgo de ser linchado en las redes sociales, hay un trecho.

La última polémica es un ejemplo de libro. El linchamiento que ha sufrido el Breve decálogo de ideas para una escuela feminista, con el que no coincido, publicado por la revista TE de la Federación de Enseñanza de CCOO, solo es comparable al tumultuario intento de colgar intelectualmente a Mario Vargas Llosa al criticar el fondo de la cuestión en un artículo con el que, por cierto, tampoco coincido.

El caso es que hace poco releía El Principe, de Nicolás Maquiavelo, y me pregunté: ¿este pensador renacentista habría podido dejar escrita su obra en estos tiempos?

Verán: Ahora Maquiavelo no escandaliza a nadie porque el que más y el que menos ya es algo maquiavélico. Y en política... ni les cuento. Pero en aquella época, sus reflexiones fueron revolucionariamente inmorales, anticristianas, antidiplomática, anti... casi todo. ¡Hasta hoy en día en Inglaterra al diablo se le conoce como El Viejo Nico!

A lo que voy: Hoy, Maquiavelo no habría pasado de la primera obra, aquel Discurso sobre la Corte de Pisa, de 1499, porque lo habrían puesto a caldo en las redes sociales. Y no es que que faltasen ganas a todo el mundo en su época y hasta tres siglos después de quemarlo vivo. La diferencia es que en toda estas épocas querían chamuscarlo de uno en uno. Ahora, el linchamiento es visceral con cualquier frase sacada de contexto.

¿Y si intentamos usar el mayor instrumento intelectual que ha tenido el ser humano, internet, para que fluyan las ideas y el debate y no para la quema indiscriminada de pensamientos, aunque sean los más burdos? Lo digo por preguntar.