En la rara semana pre-electoral, de pronto arden las redes porque saltó la noticia de que Amancio Ortega aumentaba su fortuna personal en 812 millones de euros con el cobro del segundo pago del dividendo aprobado por la compañía en el ejercicio de 2018. Esto quiere decir que sumando lo recibido en mayo, se ha embolsado esta semana un total de 1.626 millones de euros por los beneficios del año pasado. A partir de este anuncio comenzó el linchamiento contra el empresario gallego que tanto trabajo y riqueza ha creado en este país y el cuestionamiento de las donaciones que ha hecho en material sanitario. Este ataque al hombre más rico de España fue alentado por una entrevista mantenida en un programa de chistes y jueguecillos entre el millonario presentador mejor pagado de la televisión española y el adquiriente de una mansión de rico (dícese «casoplón», palabra ya admitida en el diccionario de la RAE) con sueldo de profesor, quien debería explicarnos cuándo una donación, sea de un pobre o de un rico o de un autónomo, deja de ser «limosna» para ser solidaridad, por usar su jerga y no decir caridad, virtud cristiana ésta que, casualmente, es la opuesta a la envidia. Que una persona se haga rica por su trabajo, por su talento o por su estrella, supongo que lejos de ser condenable debería ser respetable; pero que ese dinero ganado honradamente lo vuelva a invertir para crear más riqueza en su país, debería ser admirable. Porque hay muchos cicateros que no dan ni los buenos días y en cambio no se les cae la palabra solidaridad de la boca. Dicen que la envidia es el principal pecado de España. Así lo señalaba Vallejo Nágera en su estudio sobre los pecados capitales de los españoles y Camilo José Cela tuvo siempre a gala pertenecer a un país donde muchos envidiosos padecían de este mal pues, como decía Quevedo, «Es un pecado que castiga a uno mismo, no da satisfacción ninguna, solo dolor». Por mi parte nunca me he ocupado ni preocupado por los envidiosos, pues estoy convencido que pagan en vida su debilidad, se cuecen en su propio caldo caústico. En cambio los tontos, los arribistas, los fariseos, los demagogos, los que piden para el pueblo pero sin el pueblo, los que viven por encima de sus posibilidades aparentando lo que no tienen, son muchos más tacaños, celosos con lo propio y solo dan gratis la doctrina que reparten sin que nadie se la pida. Hay gente que por más dinero que tenga viajará en bla bla car para que le paguen la gasolina y gente que, rica o humilde, compartirá con los demás lo que tiene. Si yo me viera en la calle desvalido, con hambre y frío, pidiendo para comer, preferiría mil veces encontrarme con Amancio Ortega que con quienes le critican por donar recursos a los hospitales.

* Periodista