La llegada del verano coincide este año con la venida de la falsa y aparente normalidad. Esa que no te permite dar un abrazo, ni ir a una fiesta o concierto, ni llevar el rostro descubierto. Pero aún así, en estos días largos y calurosos, donde millones de estudiantes terminaron ya sus cursos, la vida se abre siempre camino. Nos despojamos ahora de todos aquellos condicionantes y prejuicios que encorsetan día a día nuestro pensamiento, contaminado por esos bulos e infundios que pretenden nuestra conquista. Gritamos contra el racismo y la discriminación que arrincon a personas y derechos. Nos desnudamos del miedo en el que hemos vivido cautivos y nos ponemos el atuendo de la responsabilidad individual y colectiva. Nos alejamos de fanatismos y fanáticos, de dogmas y tópicos que nos abrasan y borramos nuestra pizarra para mirar con ojos nuevos el horizonte. Nos sustraemos de los debates estériles, de las luchas tácticas y las estrategias del poder que incendian cualquier esperanza de honestidad, para centrarnos en quehaceres cotidianos, en las personas cercanas que conforman nuestro paisaje de querencias. Nos abstraemos de los retos virtuales, de las quedadas on line para salir a la calle y compartir frente a frente retos e inquietudes, miradas y gestos. Abandonamos el secuestro del confinamiento, la pesadilla de esa crónica funesta y fúnebre, de ese parte de guerra de víctimas diarias, y nos aferramos a la vida, a la esperanza de un futuro que depende más de nosotros de lo que algunos nos quieren hacer pensar. Cuando las oportunidades no llaman a tu puerta, construye una.

No, este no es un verano más ni un verano cualquiera. Es el tiempo y la hora de decir basta a las sombras, los miedos, los prejuicios, los enroques, a todo aquello que nos mata lentamente, que empequeñece nuestra visión del mundo, la historia o la naturaleza, que pone frente a nosotros el espejo de nuestra imagen y nos hurta el mundo real que fluye a nuestro paso. Viktor Frankl en su obra El hombre en busca de sentido nos relata, en su periplo de supervivencia en los campos de concentración nazis cómo la vida se perdía más en las negaciones cotidianas y en los pequeños detalles del día a día que en los hornos crematorios. Aunque el hombre es un ser que puede acostumbrarse a cualquier cosa, como escribía Dostoyevski, este largo confinamiento no ha podido ser un espejismo, un paréntesis del que no hayamos aprendido nada. Este verano no puede ser un retorno a las mismas miserias, a las urgencias y prisas de siempre, a las mismas excusas y deslealtades de entonces. Debemos dar un like enorme a esa vida que vuelve, como un presente hecho regalo. Pero no a cualquier vida, sino a la plena. Si continuamos haciendo lo establecido no llegaremos a nada. La vida está sujeta a cambios, pero el crecimiento es opcional. Por eso es importante tu elección, tus prioridades, tu actitud. Debemos de auditar nuestra forma de vida desde una nueva mentalidad. Esta crisis global nos ha permitido redescubrir valores como el cuidado, la gratitud, la humildad, la solidaridad, la paciencia, la perseverancia, la generosidad y la entrega, valores que extrañamente ocupan un lugar relevante en nuestra sociedad. Todo ello nos exige repensar cómo vivimos, nos relacionamos, producimos y consumimos, pero, a su vez, nos invita a imaginar un futuro distinto, a soñar otro mundo posible para nosotros y para las generaciones venideras. Una invitación no sólo a nuevos métodos o tecnologías, sino a dar un like a la vida con mayúsculas.H

* Abogado y mediador