Perdón por molestar, pero Lidia también es una mujer y aquí nadie ha dicho nada. Quiero decir que el feminismo patrio, o matrio, o como se prefiera, se ha quedado mudo ante esta agresión contra una mujer que retiraba lazos amarillos del parque barcelonés de la Ciutadella junto a su marido y sus tres hijos. Ni mu. Ni las feministas ni los feministas, los que nunca descansan, que en el caso de Lidia sí están de vacaciones. Todas estas gentes del #MeToo, de la abolición de la presunción de inocencia para cualquier varón por el hecho de serlo, todas estas gentes que están encantadas porque Woody Allen no haya encontrado financiación para su nueva película tras unas acusaciones que se han demostrado falsas cada vez que se han investigado, ¿dónde están? Porque su agresor existe, y es real. No es cuestión de fe, y no es un dogma: es un hombre de carne y hueso que ha sido acusado de un delito de odio y otro de lesiones, ahora en libertad con cargos y con un alejamiento de 500 metros impuesto por la Fiscalía. Fue el pasado sábado, y Lidia tuvo que ser atendida en un hospital por las heridas en la cara: el tipo la tumbó de un puñetazo y después le siguió pegando mientras le gritaba «extranjera de mierda». O sea: nacionalismo -siempre lindando con el racismo, en esencia y presencia- y agresión contra esta mujer rusa. Me parece muy bien que se denuncie cualquier abuso contra las mujeres o contra cualquiera: hay que hacerlo. Pero la diferenciación ¿por qué? ¿Por ideología? Impostura entonces. Tan terrible como la agresión a un cámara de Telemadrid, en la concentración de Ciudadanos, al creer esos violentos que era de TV3. Condenable todo. Insisto: toda agresión contra las mujeres -las hay a millares- debe ser denunciada. Pero es curioso que, en unos casos, como hemos visto, cierta gente no espere ni siquiera al juicio para proclamar su condena tribal, y sin embargo aquí, con víctima, agresor y lesiones probadas, todo ese griterío permanezca mudo.

* Escritor