Caen las máscaras y descubrimos la verdadera talla de quienes nos gobiernan. Es en momentos de crisis cuando la mediocridad aflora nítida rasgando todas las imposturas. Si algo nos ha demostrado la última semana es que no tenemos el privilegio de contar con políticos capaces de entender la dimensión de la cosa, personalidades con la solidez suficiente para abordar la complejidad que estamos viviendo. Puede que nos los merezcamos porque nosotros les hemos escogido pero nunca es tarde para rectificar y a estas alturas ya podemos decir que nos hacen falta líderes nuevos. Y de forma urgente.

Necesitamos políticos que se bajen del terreno virtual de la comunicación y entiendan la gran responsabilidad que supone tener el poder. Que dejen de preocuparse por gestionar su imagen aunque estemos en campaña y hagan el favor de ensuciarse en el fango de la realidad. Para algunos parece que ocupar un cargo no es más que una forma de ingresar una nómina abultada a final de mes. Sobran oportunistas catapultados a las más altas instancias por el simple mérito de tener muchos seguidores en redes o hacer los tuits más ingeniosos. Qué rumbo tan populista ha tomado nuestra democracia: que la selección se haga en base a los aplausos instantáneos. ¿Qué mente compleja y matizada puede ganar una competición tan primitiva? ¿Cuántos de los políticos que tenemos actualmente en nómina no han ascendido por esta vía? ¿Qué credenciales les hemos pedido? ¿Qué experiencia? ¿Qué conocimientos?

Necesitamos líderes nuevos que no se muevan en función de lo que les digan en Twitter, con personalidad, criterio propio y que recuerden que la política es ocuparse de los problemas, no dar los mejores titulares. Necesitamos líderes que entiendan el lugar que ocupan y no bajen a confundirse con la gente cuando les toca estar en las instituciones, que no las denigren improvisando ocurrencias como si dirigir un país fuera una mera gestión doméstica. Necesitamos líderes que no nos hagan sentir vergüenza ajena comportándose como niños de patio de colegio, que sus egos y sus rabietas estén por encima de la gestión del gran poder que les hemos dado.

Necesitamos líderes que desinflamen el lenguaje que se han acostumbrado a utilizar pensando más en el impacto mediático de sus hipérboles que en el bien común. Nos sobran incendiarios, irresponsables y mediocres a quienes el cargo les va grande y nos faltan personalidades con principios. Que juren, si hace falta, un código deontológico cuyo primer punto tendría que ser non nocere (no hacer daño). Y luego que se arremanguen, que hablen, que suden el sueldo en reuniones y lo den todo por sacarnos del callejón sin salida. Y si no saben o no quieren hacerlo, que se vayan, que se vayan todos.

* Escritora