Muchos analistas coinciden en que uno de los grandes déficits de la vida pública en los tiempos que corren, siendo denominador común de muchos países, es la ausencia de líderes solventes. Y digo en la vida pública, porque sin duda que existen grandes promotores de ilusiones en otros ámbitos privados ya sean sociales y solidarios, culturales ó empresariales de todos conocidos. Personas que destacan por su capacidad de contagiar y transmitir ideas y valores, de arriesgar y generar riqueza en torno a proyectos que sean seguidos por otros, aunque su trabajo no siempre trascienda a la opinión pública. Y digo solventes, porque el buen líder no es quien sale mucho en prensa, ni se dedica a manipular a los demás para preservar su imagen y poder sino el que trabaja para lograr el bienestar de quienes lidera a pesar incluso de que le pueda perjudicar. El buen líder sabe lo que es verdad, y el mal líder sabe lo que se vende mejor, escribía Confucio hace ya 26 siglos.

Un líder no es solamente una persona que dirige o conduce un partido político, un grupo social u otra colectividad como lo define el diccionario de la RAE. Ni tampoco el que se crea con muchos seguidores o likes en las redes sociales. Ni se adquiere con la pátina de un máster en coaching directivo. Hay también hoy mucho líder despistado con falsos seguidores, existe mucho clientelismo en la política y los adeptos lo son más de conveniencia que por convicción. Y cuando el barco se tambalea y el servilismo deja de resultar útil, rápidamente cambian de patrón, o lo tiran por la borda como hizo Bruto con Julio César, o mudan de barco o de siglas si hace falta, que ejemplos tenemos a montones y bastante cercanos. Otros ejercen un falso liderazgo sobre las premisas de su poder, llamando seguidismo a lo que realmente es disciplina más basada en el temor por salirse de la foto y sus consecuencias, que en la confianza.

Hay crisis de auténticos líderes. El líder tiene una visión y una meta a la que llegar, establece estrategias respecto de objetivos que son comunes y logra compartirlos con motivación y empatía, hace equipo y crea sinergias escuchando y sacando lo mejor de cada uno y está al servicio de todos. El líder potencia el talento y se rodea de los más preparados, siempre procura innovar y mejorar. Como indica Juan Carlos Cubeiro en La Sensación de Fluidez, el líder transforma y canaliza la energía, es coherente y predica con el ejemplo. Albert Einstein dijo que «el ejemplo no es la mejor manera de enseñar, es la única». Y cuanto más grande sea el líder será más humilde. Lo que me recuerda a ese huésped de la habitación 201 de la residencia de Santa Marta en Roma, que se mueve en un coche utilitario, y siendo el Papa de la Iglesia Católica se define como «un pecador en el que Dios ha puesto sus ojos». Para liderar a la gente hay que tocar barro y caminar tras de ellos.

Cualquiera puede sostener el timón mientras el mar está en calma. Pero arrecia el temporal y tenemos muchas cosas por hacer en los tiempos que corren, muchas heridas que curar, muchos puentes que construir, mucho empleo que crear, y mientras el pesimista se queja del viento y el optimista espera a que cambie la dirección del mismo, el líder es el que arregla las velas.