Si aún sigues pensando que llorar es de débiles, cobardes o de personas inestables, te equivocas completamente, ya que es todo lo contrario. Tienes que ser muy inteligente emocionalmente para identificar tus emociones, saber reconocerlas, ser muy fuerte para mirarlas a la cara, ponerte frente a ellas, sin temerlas ni esconderlas, ser muy valiente para expresarlas sin miedo a ser juzgado por ello.

Permítete llorar por ti, por el daño propio. Date permiso para sentir la tristeza si te han hecho daño, te han engañado o te han traicionado, porque está bien, porque es lo correcto y porque además es sano y terapéutico.

Llorar no es colocarse en el victimismo, no es quedarse enganchado al daño sin querer salir y recrearse en ello, no es una llamada de atención, no es hacer el Calimero. Llorar es reconocer que has sido víctima, que te han hecho daño, que no fuiste tú la persona culpable de ese daño, que sientes y que tienes todo el derecho a sentirte triste y apenado. Es el primer paso para aceptar la pérdida, es iniciar el duelo, autorizarte a hacerlo para luego salir de él.

Hay personas que contienen sus emociones, que las dejan dentro. Las niegan, no las atienden o tratan de aturdirlas o escapar de ellas mediante cualquier tipo de droga legal o no, alcohol o adicción, que hacen cualquier cosa para no llorar, que evitan de todos los modos posibles sentirse tristes, que no permiten que su pena u otras emociones fluyan, que salgan las lágrimas, a pesar de llevar mucho tiempo, incluso años, sufriendo una depredación emocional devastadora.

Esto puede dar lugar a que aparezcan otras emociones muy dañinas, como son la ira, la agresividad, la venganza o el deseo de justicia, que aunque también sean emociones legítimas, hacen que tu sistema energético, tu salud física y emocional queden deteriorados, gastados y que hagan su aparición por el empeño de defenderse de la tristeza que se prohíbe uno a sentir.

Abre las compuertas de toda esa contención de tristeza acumulada, muchas veces incluso, guardadas desde la infancia. Echa fuera todos esos traumas no reconocidos, reprimidos, porque fuesen provocados por nuestros progenitores o figuras de apego importantes y de los que cargamos con la culpa, porque así nos lo hicieron creer o porque culturalmente está mal visto culpar a los padres o familiares, aunque sean los verdaderos responsables del trauma.

Abraza tu pena, tu tristeza, déjala estar. Siente compasión por ti, al igual que lo harías por alguien que sufriera. Hazlo como te apetezca o te nazca, en soledad o en compañía, con música triste de fondo que te ayude a llorar o en el silencio más absoluto. Suave o escandalosamente, secándote las lágrimas o dejando que estas te mojen la cara y la ropa. Acurrucándote en la cama o paseando por el campo. En la bañera con velas encendidas e incienso, o mientras picas cebolla en la cocina. Hazlo como te dé la gana, lo importante, es que te des licencia para llorar.

* Escritora y consultora de inteligencia emocional