Córdoba en mayo es una marca que cada año por primavera nos convoca a vivirla en plenitud: a los cordobeses que están fuera, que vuelven; a los que alguna vez pasaron por aquí y no lo olvidan; a los amigos de los amigos, familiares y deudos y, por supuesto, al batallón de guiris que van y vienen como el azahar en las noches de calor. Unos vienen con lo justo, otros espléndidos, los hay que viajan a costa del pariente pero todos llegan arrastrando un trolley que, después del móvil en la mano, es la representación iconográfica del humano actual. A todas horas vemos peregrinar con su maletita a ruedas bandadas de turistas. Y no nos vamos a quejar, sería tirar piedras contra la mayor fuente de ingresos de esta Andalucía de mucho paro, festiva y monumental. Solamente, y con toda modestia, quiero hacer una sugerencia a los vendedores de las lindezas de Córdoba, de la santísima trinidad gastronómica y a los curiosos por la historia de esta tierra. Propongo que añadan a su equipaje un libro en el sobaco, La corte del califa (Ediciones Crítica), de Eduardo Manzano Moreno, investigador del CSIC y experto en los omeyas, como demuestra en su ensayo, donde se narran los cuatro años del mayor esplendor de Córdoba que conocieron los siglos. Un libro para los aborígenes y para los visitantes. Para que no se sigan manteniendo los errores y desmesuras que se cometen al recrear la historia, para hablar de nuestra ciudad con propiedad, para no decir más tonterías sobre ese mito de las tres culturas en amor y compaña, esa leyenda feliz de que aquí convivían como hermanos los moros, los cristianos y los judíos, para saber hasta donde llegó Córdoba capital de Al-Andalus, la Tebas de occidente, la ciudad más importante del mundo conocido. Y esto último no es un mito, sino una verdad revelada por Eduardo Manzano con rigor, precisión y claridad. Duró poco, quince años (961-976) entre el final de Abderramán III y el cénit del Califato con Alhaken II, pero también en este libro se cuentan los motivos, difíciles de entender si se habla de oídas, por los que habiendo sido Córdoba tanto vino luego a ser tan poco. El desconocimiento nos hace dar por válidos muchos tópicos sobre los musulmanes, erróneamente pensamos que solo viven para la religión y eso sería imposible en un pueblo que levantó obras como la Mezquita o Medina Azahara. Manzano cuenta cómo el Califato se asentó en una organización muy desarrollada en la administración del territorio, el ejército, la recaudación fiscal, la judicatura y la inspección de los mercados, amén de poseer las mayores bibliotecas de la época. Hagamos honor a nuestro pasado leyendo y no disfrazándonos de época en fiestas medievales.

* Periodista