Pasamos junto a un asentamiento de rumanos cercano a la autovía por la zona de Carlos III y solo se me ocurre acordarme de aquellos cordobeses que desde el pueblo se fueron a buscarse la vida a Madrid donde por las noches construyeron sus chabolas de lata, cartones, uralita y escombros. La queja, tirando a casi desprecio, de quienes me acompañan porque esas personas vivan en esa zona de Córdoba como pueden me lleva también a su país, Rumanía, una ruta casi obligada de belleza señalada, como la de sus mujeres. Y la memoria me pone en paz con la historia al recordar que aquellos paisanos que empezaron a dormir casi al raso en Madrid volvieron al pueblo con el porvenir totalmente resuelto. Esta concepción de aparente desprecio de mis acompañantes sobre los rumanos asentados en descampados me conduce, pasados unos días, a la avenida de los Aguijones, esa zona del Arroyo del Moro por donde la ciudad empezó a construirse el siglo XXI junto a los restos de aquella Córdoba de Cercadilla que el AVE del 92 partió por la mitad. Una vez bajado el puente sobre las vías del tren, en vez de tirar para el consultorio Castilla del Pino, por donde el baratillo de Las Setas, nos paramos en el Parque Nobel de la Paz Wangari Maathai, una mujer ecologista que Córdoba recuerda junto una alberca hispano musulmana, de la época califal del siglo X. Y leo lo que hay pintado --con una mariposa de colores dándole un tono artístico-- sobre la pared de la escalera: «Todas las personas nacemos libres e iguales en dignidad y derechos, y dotados como estamos de razón y conciencia, debemos comportarnos fraternalmente entre todos. Art, 1, Declaración Universal Derechos Humanos». Esta filosofía, mandamiento laico que más conexión tiene con cielos y paraísos que cualquier religión que solo aconseja el buen trato al prójimo como indulgencia para conseguir la gloria, me devuelve a la esencia del mundo: la igualdad en dignidad y derechos del ser humano. Con esa filosofía básica puedes contemplar las pancartas de los colegiales por la paz como el despertar de las conciencias infantiles hacia la igualdad. O mirar los entrenamientos de ahora del Córdoba de Reyes como un ensayo de la felicidad general que la ciudad espera alcanzar en El Arcángel. O que Zara venda su edificio de Gondomar puede que solo te conduzca a la historia de este lugar, que en los setenta-ochenta fue el espacio de los almacenes Woolworth.

Donde no acabo de ver el futuro en igualdad y derechos del ser humano es en los dos poderes fácticos que quedan (el ejército ahora es casi como una universidad que habla hasta inglés y la prensa ha perdido en su camino desde lo analógico a lo digital): la banca y la Iglesia, con sus excepciones, claro.