A lo largo del Novecientos, Córdoba reunía canónicamente todos los atributos y parámetros de una modélica capital de provincias. Situada poblacionalmente por encima de varias ciudades con rango de urbes capitalinas o centros de sus respectivas regiones, carecía tan solo de la condición eclesiástica, castrense y judicial para equiparse o superar a aquellas en el peso y dinámicas precisos de gran ciudad o lugar prominente en la Administración española. E incluso en los decenios finales de la centuria pasada llegó a adquirir el status de centro de Enseñanza Superior con la creación, en los estertores del franquismo, de una Universidad convertida con sorprendente rapidez en una de más desarrolladas y prestigiosas de todo el sur del país.

Su potencia demográfica que la colocaría siempre entre las doce o quince ciudades más pujantes de la nación se encontraba igualmente acompañada por un brío y ascendiente económico de primer orden. Cabeza de una de las provincias rurales más importantes de España, con una agricultura siempre en los primeros puestos del ránking de la producción agraria nacional y una red industrial extendida a través de toda su geografía que hallaba en Peñarroya-Pueblonuevo su zona más emblemática, la antigua capital califal --la única que, junto con Madrid y Valladolid, había sido también en nuestra historia el eje y corazón de un imperio, al-Andalus-- se ofrecía, en los decenios novecentistas en que Librería Luque se adentró en su fecunda adultez, como una capital de provincias de fisonomía y desenvolvimiento en varios aspectos de urbe capitalina.

Como notario mayor de la andadura de colectividades, la Literatura comparece aquí para refrendar, extremo por extremo, lo expuesto más arriba. Venturosamente, muy pocas ciudades del país atesoran dos joyas de las letras hispanas en su vertiente memorialística para ilustrar con fidelidad y suficiencia envidiables la condición social e histórica de la urbe de los Omeyas a la que acaba de hacerse referencia en estas líneas. Tales obras, debidas, respectivamente, a las plumas del médico e intelectual gaditano, pero avecindado a todos los efectos y con plenitud de títulos en Córdoba, el Dr. Carlos Castilla del Pino (1922-2009), y del reputado abogado y miembro destacado del primer Parlamento de la democracia (1977-79), D. Carmelo Casaño Salido, cordobés de arraigada prosapia. Uno y otro escribieron, sin mucho distanciamiento en el tiempo, sendos libros de recuerdos en los que la ciudad cantada exaltadamente por el poeta quizás --cuando menos en ciertas facetas-- más grande de la Literatura o Literaturas Hispanas, D. Luis de Góngora y Argote (1561-1627)-, se veía recreada en múltiples dimensiones de su trayectoria de la postguerra o, con mayor exactitud y a la moda del día historiográfica, del «primer franquismo». Sus pinceles, tan gráficos como puntillosos, atentos y receptivos a toda suerte de los sucesos acontecidos en las décadas centrales del siglo XX en la geografía y ámbito de una arquetípica ciudad de provincias, reconstruyeron, con calificación que solo admite el sobresaliente, su identidad más honda y genuina. Ninguno de sus lectores acabó o acabará decepcionado de sus plásticas y bellas páginas, solo lamentando que la inmensa mayoría de las ciudades españolas de la época carezca de un acervo memoriográfico de su densidad e insuperable calidad.

* Catedrático