Vamos a remolque del virus. Nuestros movimientos se ajustan a su envite. A más contagios, mayor reclusión. No deja de sorprender la facilidad con la que hemos integrado a nuestro vocabulario palabras y situaciones que creíamos alejadas de nuestra vida. Toque de queda, confinamiento, drones y patrullas camufladas para el control de botellones... Términos que casan más con regímenes totalitarios o distopías de ficción (ahí está la serie La valla).

Entendemos las limitaciones porque, literalmente, nos va la vida en ello. En el debate entre seguridad y libertad, la pandemia nos ha empujado a la primera casilla. ¿Hasta qué punto nos acostumbraremos? Los jóvenes de ayer crecieron exigiendo libertad. Los de hoy suman meses de control. Y cuando hay relajo en las medidas no es debido a una protesta ideológica (difícil justificación ante un virus), sino por algo más cercano a la irresponsabilidad de la diversión particular. El virus pasará. Pero, como en un disco de vinilo, está por descubrir los surcos que habrá dejado grabados en nuestro comportamiento. Hasta qué punto se ha interiorizado la renuncia de la libertad.

* Escritora