Supongamos que alguien expresa en una canción su deseo de que explote el coche de Pablo Iglesias. Supongamos que alguien compone con más o menos destreza una letra en la que pide que claven un pico de alpinista en la cabeza de Irene Montero y difunde sin cortarse un pelo esa muestra de inspiración. Supongamos que alguien reivindica como épicos luchadores a los pistoleros que asesinaron a los abogados laboralistas de Atocha. De inmediato oiríamos indignadas voces exigiendo a las autoridades la adopción de medidas contra ese exceso verbal completamente intolerable, violencia fascista que atenta contra los principios elementales del estado democrático. Yo estaría de acuerdo, completamente de acuerdo. Creo que como casi todo el mundo.

Por eso me resulta difícil entender que se hable de libertad de expresión para criticar las sentencias por las que el tal Hasél ha acabado entre rejas. Y por eso me chocó que un conjunto de entidades culturales y personas de nuestra ciudad, gente a la que admiro en muchos casos, lanzara un manifiesto en defensa de este tipo como si fuera una pobre victimita de las fauces represoras de un estado medio dictatorial. Hubo quien dijo más o menos que las canciones no hay que tomárselas al pie de la letra porque son ficción. Vamos, que en realidad el que se oye en los vídeos de este individuo no es él, sino un personaje al que este nuevo mártir de la libertad de expresión pone voz de la misma manera que un minero cantaba por la boca de Antonio Molina. Está claro. Clarísimo.

Quiero pensar que la confusión que lleva a defender de buena fe a este sujeto obedece a que se meten en el mismo saco mediático la legítima crítica al poder institucionalizado (crítica tosca y hedionda en el caso de Hásel) y la delictiva expresión de odio con loas al terrorismo. Esto último no es defendible. ¿Estaban ejerciendo su libertad de expresión los filoetarras que pintaban un nombre dentro de una diana en cualquier pared del País Vasco? Imagino que los bienintencionados firmantes del manifiesto de apoyo a Hasél responderían que no. Y no vale utilizar la creación artística (o pseudoartística) como coartada para que cada cual pueda vomitar lo que le venga en gana.

El talentoso intérprete en prisión puede criticar con saña a los borbones o a Televisión Española o a la Policía Nacional o al poder judicial o a quien le dé a entender su privilegiado cerebro. Me trae sin cuidado. Está en su derecho. Lo que no puede hacer es señalar con el dedo públicamente a quienes les gustaría ver asesinados y alentar la violencia contra ellos. Vivimos tiempos extraños. Los ultras de la corrección política no dejan pasar ni una. Hace más falta que nunca la libertad de expresión pero se confunde el concepto en el vertiginoso deslizarse de los titulares del día.

Lo de la violencia callejera no me cabe en este artículo. Delincuentes. Gentuza. Solo diré que hace falta mano dura por mucho que luego se queje Amnistía Internacional diciendo que es tortura. Sin contemplaciones. Hacen falta penas ejemplarizantes: que escuchen todos los temas de Pablo Hasél. En bucle.

* Profesor