No cabe duda de que España es un país paradójico. Ni la zoología queda exenta de este fundamento. Etimológicamente, Hispania es un territorio de conejos. El toro ha asumido la simbología nacional, desde las macro siluetas de las reses de Osborne, que actuaban como almenaras de los Seiscientos, hasta la evocación inspiradora de las raíces de Picasso; o la sublimación corporativa de la marca deportiva de Rafa Nadal. Pero el león no queda rezagado en los iconos patrios. De hecho, la sombra del león es alargada. Daoíz y Velarde son los broncíneos leones que ronronean a la entrada del hemiciclo, advirtiendo amenazantes «cuidadito con saltarse el imperio de la ley». Además, su omnipresencia heráldica es abrumadora. Bien mirado, nuestro acervo es más de leones que de castillos, pues un león rampante, linguado y uñado predominaba sobre el timbre de coronas en el escudo de la ciudad. Hoy pervive en la simbología de la provincia, aunque el logo de la Diputación ha limado sus uñas, para no hacerlo tan fiero.

Las reminiscencias de la repoblación tras la Reconquista parecen entroncarnos más con el reino leonés. Sí. Hubo leones europeos, pero se extinguieron hace más de cinco mil años. Por ello, las derivaciones toponímicas obedecen más a exaltaciones míticas, o a caprichosas tergiversaciones. Porque León es Legión, por el asentamiento de la Legio VII Gemina en un territorio que se ha apuntado a la incipiente nómina del existencialismo -en sentido vindicativamente literal, evitando los componentes de Sartre o Camus-, siguiendo la exitosa estela de Teruel. En la iconografía de los agravios, los leoneses han comparado su provincia con un Detroit mesetario, el símbolo de una desindustrialización que pobló con zombies de larga duración el antiguo emporio automovilístico. León ha enterrado sus milagros con el réquiem del carbón, y ahora espera que se revierta ese vórtice de España despoblada, comenzando por ellos mismos, partiendo peras con los altivos vallisoletanos. Tantas atenciones a un hijo pródigo que habla catalán están engrosando el folletín de las asimetrías, arrastrándonos hacia un cantonalismo que se nos va a desmelenar.

Aquí abajo comenzamos a no estar tan prudentemente calladitos. Más de setenta tractores conté el pasado viernes entre Espejo y Castro, uno de los frentes que cortaron la autovía de Málaga por las borbollantes vindicaciones del campo. Y aún tenemos margen para exhibir molestas comparaciones: La renta per capita de los alaveses supera los 35.000 euros; la de los ilerdenses casi alcanza los 27.000. Sobradas pueden ser las quejas de los leoneses, cuando la suya se sitúa en torno a 20.500 euros. Más si la patente de Teruel alcanza los 25.000. Pero aquí los cordobeses, que nos empechamos el león en nuestro escudo, no alcanzamos los 18.000. Tensionar privilegios puede provocar ruidos de fondo. El problema surge cuando los murmullos se transformen en rugidos.

* Abogado