Hace sólo unos días, este mismo periódico dio a conocer uno de esos nuevos hallazgos arqueológicos que demuestran en principio hasta qué punto las tierras cordobesas están preñadas de historia, su potencialidad extraordinaria como fuente de conocimiento, patrimonial e identitaria. Hablo de la leona recuperada durante el desarrollo de labores agrícolas en término municipal de La Rambla; una pieza aparentemente excepcional por su iconografía y sorprendente buen estado de conservación, concebida tal vez para algún tipo de arquitectura monumental -funeraria, religiosa o ambas al tiempo-, que vendría a reivindicar para Córdoba un peso de la Cultura Ibérica bastante obliterado en los últimos años. Solo la he visto por fotos, circunstancia que, de entrada, limita cualquier análisis. El conjunto, de fuerte acento orientalizante, podría ser obra de un posible taller autóctono que habría trabajado sobre modelos externos, y fecharse por algunos rasgos estilísticos -cabezas, ojos y orejas, entre otros- en los primeros siglos ibéricos, mientras que por su composición: una leona en toda su fiereza dominando a un carnero del que solo se han labrado con detalle la cabeza y alguna de las patas, remite a modelos mucho más tardíos que insisten en el carácter predador de este tipo de felinos (generalmente machos) y metaforizan al difunto en el animal cazado, dotando a aquéllos de un carácter psicopompo, encargados de conducir el alma al Más Allá. Existen ejemplos similares en Córdoba -recuerden la loba del Cerro de Los Molinillos, Baena- y fuera de ella, aunque menos naturalistas.

Leones ibéricos, de cronologías y arte no siempre coincidentes, se habían documentado hasta ahora en muy diversos puntos de la región centro-occidental cordobesa, destacando los ejemplares del Cerro del Minguillar de Baena, Nueva Carteya, Santaella, y otro más, espléndido, en La Rambla; todos ellos recuperados como éste fuera de contexto arqueológico, lo que condiciona en negativo sus posibilidades interpretativas. La introducción, aceptación y recreación del león por parte de los artesanos ibéricos sOlo puede ser entendida desde la valoración inicial de prototipos foráneos -en particular neohititas- que, en líneas generales y muy diversos soportes, llegan a la península ibérica de la mano de las colonizaciones históricas y se engloban en el marco de esa gran simbiosis cultural que denominamos Periodo Orientalizante. No olvidemos que la Cultura Ibérica, la más popular y castiza de nuestras civilizaciones antiguas, en la base aún de nuestra tan particular idiosincrasia, es el resultado de la perfecta simbiosis entre las culturas indígenas y esos nuevos influjos orientales.

Son leones que se representan siempre exentos, echados y concebidos de manera individual -aun cuando englobados en contextos monumentales diversos-, cuya concentración en la campiña de Córdoba ha llevado a suponer a los grandes especialistas sobre el tema como T. Chapa la existencia de uno o varios focos de producción en los entornos de las poblaciones citadas. De entrada, y con todos los matices que se quiera, cabe atribuirlos a príncipes o aristócratas ibéricos -elites sociales y guerreras de elevado poder económico, en cualquier caso-, que habrían encontrado en ellos expresión de identidad personal, legitimación y un importante efecto propagandístico; premisas que explicarían las frecuentes destrucciones sufridas por tales esculturas, en el marco de convulsiones sociales e ideológicas todavía por definir en sus últimos matices. El león debió tener para el ibero un carácter funerario y apotropaico, como guardián y emblema de fuerza, potencia y vigor, prestigio, valor incontestable, poder personal (en Oriente suele aparecer asociado a la figura del rey; basta pensar en el arte asirio), inmortalidad y heroización, a lo que sumaría un cierto carácter heráldico, entendido como emblema de un determinado individuo, familia o clan. Por eso no se puede descartar que en algún caso, como ocurre en Grecia con los Leónidas, fueran la zoomorfización estatuaria del propio nombre del difunto.

El león es el más abundante de entre los animales documentados por la escultura ibérica, lo que supone buena prueba del aprecio que por el simbolismo de este felino sintió la sociedad de la época a pesar de no ser fauna local; o quizás justo por ello. Con el tiempo adquieren matices nuevos imbuyéndose de páthos, en un camino progresivo hacia lo genuinamente autóctono que solo interrumpe la llegada de Roma. El problema es que el ejemplar de La Rambla, cuya composición remite a estos últimos, ofrece acusadas contradicciones internas. O se trata de un unicum, lo que sería una buena noticia para Córdoba, o guarda alguna sorpresa. Lejos, pues, de apriorismos, fanfarrias y bataholas mediáticas, conviene esperar a que los expertos lo analicen con calma conforme al más riguroso método científico. Mientras tanto, mejor ser prudentes.

* Catedrático de Arqueología de la UCO