Hay cosas tan necesarias que la historia las reafirma. Y la actualidad. Esta semana la Organización de Naciones Unidas-ONU ha reivindicado la globalidad de las lentejas, las habichuelas y los garbanzos; la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba ha señalado la gran influencia del río en la ciudad a través de los siglos y las televisiones y radios han relatado la vida de Joaquín Sabina, un artista que ha cumplido 70 años y cuya fórmula vital tiene todavía capacidad para encandilar. Y en las tres reseñas vemos referencia al tiempo. Quizá por eso en el emplazamiento de la ONU por duplicar el consumo de las legumbres miremos hacia aquellos años en que con calzón corto, después de venir de la escuela, nos sentábamos en la cocina para comernos aquellas lentejas con chorizo que se habían cocido por la mañana en la candela. Otros días el plato del mediodía eran unos garbanzos con torreznos, panceta y oreja y otras veces, habichuelas con arroz y bacalao, que mantenían nuestro estómago en alerta durante toda la tarde, sobre todo en la escuela. Duplicar el consumo de legumbres (garbanzos, habas, judías, lentejas, altramuces, cacahuetes, soja...) mejorará la salud de la población y la sostenibilidad del planeta ya que su producción es muy barata y medioambientalmente sostenible y sus cualidades nutricionales las hacen indispensables para la dieta de millones de personas, dicen los entendidos. Otras cualidades no sabemos pero lo de que su producción es muy barata no hace falta decirlo: los niños de la postguerra no comíamos nada caro. Eran tiempos, los de las legumbres, en que hablar de nueva cocina hubiera supuesto una blasfemia o sacrilegio en aquel nacionalcatolicismo en el que nos alimentábamos. Aunque quizá fue la época en que Córdoba dejó de mirar su río, el Betis-Guadalquivir, porque la dictadura nos encarriló solo hacia el barato consumo de legumbres y descuidó aquel tiempo en que se iba al río a pescar, cazar, obtener materiales para los techos de las casas o trajinar con los molinos donde se asentaba una industria de la época, que el agua transformaba hasta en centrales eléctricas. Cuando la ciudad de Córdoba consideraba al río como una calle más y todavía no se había atrevido a darle la espalda, incuestionable señal de mal fario. Los 70 años de Sabina son otra cosa, quizá la constatación de que quienes rondan los alrededores de esa edad son los testigos de una España que empezó a redimirse con las canciones de una época que echó mano de la música, de la poesía y de la belleza para olvidar tanto desaliento de la dictadura. La historia sigue apostando por lo necesario: las lentejas, el Guadalquivir y Sabina.