Ahora que comienza la campaña electoral deberíamos prestar atención al lenguaje de los candidatos a gobernar los ayuntamientos. Para conocer la calidad de un candidato basta con oírlo no más de diez minutos al igual que para conocer la calidad del buen vino es inútil beberse el tonel o la barrica. Observad el estilo de su discurso y veréis rápidamente si en verdad mantiene un ideal o nos da gato por liebre.

Me interesan los candidatos que pueden escribir su historia desde sus diez y ocho años y no los que dicen que van a hacer y no han hecho. Tarea difícil de acometer porque muchos de los candidatos no son ni serán ediles de acción sino soñadores de colchón. Si sembramos espinos no esperemos buena vendimia y si plantamos higueras bravías solo cosecharemos cardos.

Desde 1979 hemos tenido alcaldes que deberían estar afligidos por sus remordimientos y otros que deberían gozar alegremente porque sus pecados han hecho avanzar nuestra ciudad. Algunos alcaldes con sus virtudes han retardado el progreso y otros con sus pecados esencialmente lo han potenciado. Pero disgustan esos gobiernos municipales que malgastan sus facultades en esperanzas estériles, en infecundas aspiraciones, en creencias que entorpecen el progreso.

Yo no deseo que sobre las murallas de nuestro Alcázar de los Reyes Cristianos repose un lagarto de verdoso bronce ni que picoteen los mirlos en Caballerizas Reales ni que entre puentes solo se observe un bosque mimoso. Quiero que las puertas de nuestra ciudad se abran violentamente a la presión de jóvenes iniciativas de esta nueva sociedad emergente.

Estamos cansados de ediles que pretenden vivir sobre mármol y que no conocen de la vida nada más que el exquisito instante de su proclamación. Deberíamos dejar de hablar de Córdoba y dedicarnos a hacerla. Conviene oír a los candidatos pero no mucho tiempo porque el oírlos se puede transformar en irresistible tontería aunque a veces al escuchar estupideces logramos que la sabiduría salga de su caverna.

Conviene ser muy crítico ante los discursos de los candidatos y luego de los actos de quienes ya han gobernado porque esa crítica es más fascinante que filosofar ante una copa de Montilla-Moriles porque se despiezan cuestiones concretas y nada abstractas.

Es imposible reformar a un político una vez alcanza el poder. Intentar reformarlo es tan penoso para él como para nosotros, de modo que debemos acertar con nuestros votos durante los próximos cuatro años.

* Catedrático emérito de la Universidad de Córdoba