Es evidente que las elecciones generales, las ya celebradas, son las únicas que conmocionan al país y que provocan colas ante las urnas. Se sabe, hablando en términos deportivos, que es el partido decisivo; luego todo el mundo conoce el número de escaños obtenidos por los vencedores y que el de 123 es un número muy importante, porque con 82 ya fue posible gobernar, aunque con dificultades.

En cambio ante las elecciones municipales y europeas el elector ni desespereza, por lo que inevitablemente habrá otra baja participación, similar a las de las convocatorias precedentes.

Y eso que en Europa se decidirá quiénes y cómo organizan nuestro futuro inmediato económico.

Pero el español tiene un serio problema con los idiomas, no obstante la proliferación de academias de lenguas. Durante años ha visto hacer el ridículo a nuestros gobernantes en los foros internacionales. Ha visto como Aznar y Rajoy necesitaban intérprete para dar los buenos días. Con los socialistas ha ido un poco mejor la cosa: Felipe González habla con fluidez el francés y a Pedro Sánchez lo hemos visto por televisión hablar en foros extranjeros y charlar con Barack Obama, por ejemplo; el inglés no es su problema.

Es decir, el votante en potencia piensa que no puede elegir un representante en Bruselas sin saber cómo anda de lenguas. Mandar a Bruselas a una persona que todo lo que sabe de inglés es decir que su sastre es rico es como mandar a un manco a que nos recoja un paquete.

Las municipales son otra cosa. En estas el elector conoce o puede conocer muy bien a los candidatos, pero la proximidad no siempre es una ventaja. Me viene a los mientes aquellos que decían que fulano de tal no podía ser un sabio porque vivía en su calle y él lo veía todos los días tomar una cerveza.

Al gestor cercano se le puede culpar de todo: de la falta de luz, del exceso de ruido, del amontonamiento de basura, de la circulación rápida y amenazante de los patines por las aceras, del aparcamiento en doble fila, de la sobra de veladores, de la falta de veladores... Y sobre todo se le puede culpar de que pertenece al otro partido, o sea al partido de los otros, cuando la capacidad de gestión es algo que el partido no proporciona, porque lo que natura no da Salamanca no presta.

Aquí y ahora podríamos decir lo que dicen los toreros al iniciar el paseíllo: que Dios reparta suertes, lo que no impide que se produzca luego una cogida grave.

* Escritor, académico, jurista