La investidura de Sánchez ha dejado muy claro que el nuevo tiempo político será la legislatura de la bronca insuperable. La derecha trilliza lo ha dicho con todas las letras.

Nadie puede asegurar que la situación no ha empeorado desde que, en abril, pudo haber gobierno con mayoría absoluta del PSOE y Ciudadanos. También, es imposible negar que un ejecutivo con apoyo soberanista, promueve lógicas inquietudes en este momento de fractura social en Cataluña, donde el renacer del nacionalismo irredento se acoge a la voluptuosa idea de creerse superiores e insuperables.

Ahora bien, dichas dudas no es políticamente honesto llevarlas al terreno épico de la traición como está haciendo el PP, partido que sigue alardeando de constitucionalista sabiendo que media docena de sus diputados, junto con el etarra Letamendía, fueron los únicos que votaron contra la Constitución en 1978. Y, ante todo, porque olvida, cuando le interesa, que nadie ha condescendido tanto con los nacionalistas vascos y catalanes como hizo Aznar en 1996 para llegar a la codiciada Moncloa.

Entonces, duplicó las asignaciones presupuestarias para ambas comunidades; fue el único político de la democracia que recibió parabienes de Arzalluz, ese pio guipuzcuano que, según su propia manifestación, recogía los frutos de los árboles que ETA vareaba; acercó el mayor número de etarras convictos a las prisiones vascas; llegó al extremo de confesar, humillándose puerilmente, que en la intimidad hablaba catalán; e hizo realidad el deseo de Pujol, frustrado por Suárez y González, de liquidar a los gobernadores civiles de las provincias sustituyéndolos por subdelegados del Gobierno.

Por favor, un poco de memoria, aunque no sea histórica, para no olvidar lo anterior, ni tampoco que el susodicho Aznar cesó, antes de cumplirse 9 meses del nombramiento, al Fiscal General Juan Cesáreo Ortiz Úrculo, por no plegarse a sus imposiciones. Por favor, memoria y, si les falla, tomar rabillos de pasas antes de, como se espera, organizar en el Parlamento pitotes continuos. Conducta reprobable, máxime cuando han tenido en sus manos -bastaba con abstenerse para facilitar la gobernabilidad-, la ocasión de evitar los dudosos apoyos que tanto nos escuecen, Lo razonable, posible y puramente democrático, habría sido dejar el poder ejecutivo, en solitario, a la lista más votada con holgura en los dos últimos comicios generales. Pero, han preferido llevar a cabo una política maloliente, ratonera y casposa, proclamando que no se fían de los sufragios emitidos por la soberanía popular. En definitiva, la misma política que viene realizando nuestro reaccionarismo desde 1812, cuando las Cortes de Cádiz, utilizando, en las situaciones extremas que ellos mismos propician, la dialéctica de las dos Españas belicosas y maniqueas. Algo que, hoy, perteneciendo a la Unión Europea y erradicado el analfabetismo, es, por fortuna y aunque sigan en sus trece adorando la bronca confrontación, un imposible categórico.

* Escritor