En 1937 el periodista Vicente Sánchez-Ocaña entrevistó, para la revista argentina Caras y Caretas, a Niceto Alcalá-Zamora, que se encontraba en el exilio en París. Nos dice que lo encontró «arruinado, abandonado, arrinconado», que se hallaba casi en la miseria, sin embargo lo atendió y lo recibió «tan sereno y tan señor como si aún siguiera en el Palacio de Oriente, sonriendo al recibirme, porque un caballero de Córdoba atalanta a sus huéspedes aunque haya perdido dos hijos la noche de antes». Con esto último se refería a que dos hijos de don Niceto, en contra de su opinión, habían decidido incorporarse al ejército republicano y volver a España. Por otro lado, cuando la leí por primera vez me llamó la atención el verbo «atalantar», cuyo significado es el de «agradar». Lo que quizás ignoraba el periodista es que aquella actitud del presidente destituido en abril de 1936, aquel talante, se correspondía con su manera de afrontar la vida, puesta de manifiesto en muchas ocasiones, y que al redactar sus segundas Memorias encontramos descrita a la perfección cuando hacía referencia a su origen familiar y a su niñez: «Me crié con estrechez, aprendiendo a graduar el orden de las necesidades: lo primero salud, alimento, cultura y vivienda; todo lo demás, lujo sacrificable». En los últimos meses he recordado con frecuencia esas palabras por cuanto representan una síntesis de lo que debe ser lo que hoy denominamos Estado de bienestar, o si lo preferimos, el contenido de lo que nuestro texto constitucional reconoce como Estado social, e incluso el mínimo vital que todo ciudadano necesita. Lo acontecido como consecuencia de la pandemia no solo nos puede reafirmar en la defensa de ese modelo de Estado, también desde una perspectiva individual nos permite reflexionar acerca de cuánto hay de prescindible en tantas cosas que nos parecían necesarias, además de aprender a valorar otras muchas que sí deberían estar siempre presentes en nuestra vida cotidiana.

Una segunda reflexión me ha venido a la cabeza también en estos días. He estado recopilando una serie de colaboraciones que aparecieron en una revista del exilio español, y que aparecieron bajo el epígrafe común de «España en el recuerdo». Son las consideraciones que diversos autores hicieron, a veces desde la nostalgia, sobre una ciudad, una provincia o una región con la cual habían tenido vinculación, bien porque era su lugar de nacimiento, o porque habían vivido allí en algún momento. En total son quince largos artículos, publicados entre 1946 y 1956. De Andalucía tenemos Almería, redactado por María Enciso, y Málaga, por Manuel Andújar. Este último era el que, junto a José Ramón Arana, había impulsado el nacimiento de aquella revista con la cabecera de Las Españas y el subtítulo de Revista Literaria. Ese plural, tan sugestivo, constituyó una de las señas de identidad de la publicación, y aunque atravesaría tres épocas diferentes (en la última se denominó Diálogo de las Españas) siempre tuvo como objetivo intentar sentar las bases de un acuerdo entre los españoles exiliados y los que se habían quedado. No tuvo regularidad en su publicación, y al final desaparecería en 1963.

En un estudio sobre esta revista, Alicia Alted llegaba a unas conclusiones acerca de su significado, algunas de las cuales estimo que podrían ser de aplicación a la coyuntura política actual. Por ejemplo: la necesidad de una conciencia crítica, pero de crítica constructiva; la idea de que la convivencia se encuentra en el diálogo y el respeto mutuos, y por último, la necesidad de integrar a todas las Españas si queremos configurar la auténtica España. Pues, aunque lo repitan de forma machacona, no hay dos Españas, lo explicó Machado, defensor de la España «viva, joven y fecunda», frente a la que moría y a la que bostezaba.

* Historiador