Ahora que ayer mismo se conmemoró la liberación del campo de concentración de Auschwitz (Polonia), quizá el más famoso y conocido por las desmesuradas cifras de horror y muerte que lo caracterizaron, ello me ha servido para recordar la visita que realicé el verano pasado al campo de Dachau y a la explanada de las concentraciones del partido nacional-socialista en Nuremberg. Lo que iba buscando en los citados lugares fue --aparte de intentar situar corazón y mente frente a los terribles espacios que supusieron el inicio de la abominación nazi-- el conocer qué tratamiento concede Alemania a su propia memoria histórica.

Desde luego no es necesario insistir en que cualquier europeo debería visitar, con respeto y espíritu sensible, alguno de estos campos; un ejercicio saludable para rebajar nuestro complejo de superioridad cultural y social, y una oportunidad para mostrar a los niños que el horror y la barbarie de cualquier tendencia pueden volver porque ya tuvieron lugar una vez no hace tanto. La conclusión fue aleccionadora, Alemania no destruyó los infiernos de su historia reciente, lo cual hubiera equivalido a tapar y olvidar su vergüenza; al contrario que en otros países donde se trata de destruir el pasado, Alemania simplemente dejó que el pasado impregnara el presente para no olvidarlo. Dachau, que fue el primer campo de concentración y el modelo exacto (con la metódica planificación germana) para la réplica de todos los demás, se dejó como estaba tras su liberación desde 1945 hasta 1965, fecha en la cual una entidad privada formada por antiguas víctimas denominada Comité Internacional de Dachau procedió a su conservación y a la organización de las visitas didácticas que hoy pueden realizarse. En cuanto a la conocida explanada en Nuremberg donde desfilaban por cientos de miles las escuadras nazis frente al dictador, hoy en día sigue ahí con sus graderíos y su estrado elevado, y aunque se encuentra en total abandono y atravesado por una pista y alguna instalación deportiva, puede apreciarse que sóo el tiempo lo ha deteriorado, y no mucho. No conservar, pero no destruir, quizás para que la culpa hable por sí misma.

* Escritor