Hay palabras que nuestros politicos suelen confundir con frecuencia, no sabemos si con buena o mala fe, o si con una medida o desmedida ignorancia. Por ejemplo, las palabras «laicidad» y «laicismo». Laicidad no es laicismo. La laicidad no es otra cosa que el respeto de todas las creencias por parte del Estado, que asegura el libre ejercicio de las actividades de culto, espirituales, culturales, caritativas y sociales de las comunidades de los creyentes. En una sociedad pluralista, la laicidad es un lugar de comunicación entre las diferentes tradiciones espirituales y la nación. Las relaciones Iglesia-Estado pueden y deben dar lugar al diálogo respetuoso, que transmita experiencias y valores fecundos para el porvenir de una nación. Un sano diálogo entre el Estado y las Iglesias, que no son rivales sino socios, puede favorecer el desarrollo integral de la persona y de la sociedad. La dificultad de aceptar el hecho religioso en el espacio público se manifestó, por ejemplo, de modo muy emblemático con ocasión del debate sobre las raíces cristianas de Europa, de hace unos años, o en el olvido de estas raíces al considerar el papel de la Iglesia en España. Entre nosotros se está viendo esta dificultad en el debate continuo sobre la enseñanza de la religión en la escuela estatal, y ahora, en los ataques arbitrarios contra un espacio televisivo de gran aceptación en la programación religiosa de Televisión Española. Se olvida la esencia más viva de un sistema democrático: la democracia es un estilo de gobierno en el que la mayoría coyuntural no solo tiene en cuenta a las minorías, sino que se encarga de despejar obstáculos para que la participación de la sociedad sea lo más amplia posible. Estado laico, sociedad laica, quiere decir Estado, sociedad aconfesional, que garantiza el derecho a la libertad religiosa a personas e instituciones, precisamente para que quepan las distintas confesiones, religiosas o agnósticas o ateas, pero no para que se establezca e imponga una nueva confesionalidad, un pensamiento único: el laicista. ¿Tan difícil les resulta a nuestros politicos entender «algo» de democracia?

* Sacerdote y periodista