Hay como una memoria colectiva de músicas nocturnas detrás de ese escenario del Jardín Botánico, donde está actuando Memorias de Sefarad en el XVIII Festival Internacional de Música Sefardí, que se esconde en el Guadalquivir y que renace cuando el público la conjura. Por ahí aparecen los semblantes de Manuel Ángel Jiménez, director entonces del Festival de la Guitarra, y de Antonio Cañadillas, concejal titular de Cultura, cuando el alcalde era Merino, del PP, y el espectáculo sonaba por aquí. Esta noche de sábado, de verano recién estrenado que llegó ayer poco antes de la Shopping Night, se clausurará el tiempo de las canciones-lamento sefardíes, llanto musical que siguen vertiendo los descendientes de aquellos judíos que fueron expulsados de España (Sefarad) por los Reyes Católicos y que todavía permanecen ligados a la cultura hispánica, una añoranza de la Judería, o de Lucena, por ejemplo. Ahora, en este espacio que ocupa el Jardín Botánico, se puede llorar con la estética del espectáculo, que antes, por aquí, solo había orillas abandonadas del Guadalquivir. En un principio, en 1968, esta zona comenzó a oler a los animales instalados en el Zoo que les preparó el alcalde Antonio Guzmán Reina. Dos años después de que los estudiantes comenzasen a estudiar su bachillerato en el Instituto Séneca. Era como la vuelta a la conquista de los Tartessos, que llegaron a Córdoba y se asentaron en la Colina de los Quemados, el actual circuito del Parque Cruz Conde, desde donde por las noches se respiraba el frescor del río. En 1980 llegó Anguita a esas riberas del Guadalquivir que despedían sus aguas camino de Sevilla y se acordó embellecerlas con arboretos, rosaledas, plantas frutales, aromáticas y medicinales, invernaderos y herbarios, y darle categoría intelectual con los museos de Paleobotánica y Etnobotánica y el Banco de Germoplasma Vegetal. Ahora, la historia ha vuelto a tomar esta zona de Córdoba con las canciones de los sefardíes, los descendientes de aquellos judíos expulsados de España en 1942 por los Reyes Católicos. Y a derramar unas lágrimas que ya son pura cultura y memoria colectiva de músicas nocturnas.