Ver la Mezquita en plan contemplativo debería ser un hábito de quienes viven en Córdoba. Pero sin máquina de fotos, para saber arrancarle el alma a ese monumento cuya belleza pertenece a una maravilla del mundo. Hacer fotos nos distrae e impide concentrarnos en la esencia de lo sublime. Ahora, hasta el 10 de enero, de lunes a sábado, de 10.00 a 18.00 y domingos y festivos de 8.30 a 11.30 y de 15 a 18 horas, podemos introducirnos en el oscuro interior de la Mezquita y contemplar la exposición «El laberinto de columnas. Fotografías y fotógrafos en la Mezquita Catedral de Córdoba, 1844-1875» de nuestro compañero A.J. González, fotógrafo del Diario CÓRDOBA. Allí veremos los arcos blancos de Luis Leon Masson de 1859; el Patio de los Naranjos en 1862, una escena de teatro; el Puente Romano con piedras de las de entonces; la procesión de las palmas por la calle Torrijos en 1875, por lo que, parece, la carrera oficial de la Semana Santa ya pasaba por aquí en ese año; un panorama de la ciudad desde la torre de la Mezquita, con un Palacio Episcopal raro, sin Sector Sur y muchas casitas --no de Fray Albino, que aún no había nacido-- del Campo de la Verdad, muy parecidas a las de ahora. También se puede observar parte del casco histórico desde el torreón de la calle Postrera, el Patio de los Naranjos con sus arcos cerrados y la esencia del casco histórico desde la torre de la catedral (que se comió el alminar de la Mezquita). También podemos recrearnos en esta exposición de A.J. González con una foto del coro de la Mezquita, con la plaza del Triunfo de 1867, la fuente del olivo, la Puerta del Perdón o una vista de la ciudad. Al salir de la exposición ves que es de tal intensidad contemplar la Mezquita que no creo que en España haya otro monumento igual. Pero para observarlo y meditarlo, no para hacerle fotos, que de eso ya se encargan Antonio Jesús González y esos fotógrafos de mediados del siglo XIX «que consiguieron plasmar la oscura belleza de la perla andalusí hace más de 150 años». La exposición «El Laberinto de Columnas» nos devuelve a ese tiempo en que, por primera vez en nuestra vida, la Mezquita nos conquistó como belleza única.