Una sociedad civilizada sabe integrar con naturalidad todas las expresiones culturales espontáneas, tanto las suyas propias como las ajenas. Nosotros celebramos la Semana Santa, que es desde hace tiempo algo más que una celebración religiosa, algo que trasciende a la cultura y tiene un gran impacto en el turismo y la economía. En Japón, este domingo, 1 de abril, se celebra en la ciudad de Kawasaki, la fiesta anual del Kanamara Matsuri.

El Kanamara Matsuri, o Festival del Pene o del Falo de Acero, es en su origen una celebración de tipo religioso, organizada en el Templo de Kanayama, donde se rinde culto a dos deidades relacionadas curiosamente con los mineros y los herreros, Kanayamahiko y Kanayamahime. Esto puede parecer muy alejado del sexo, pero una leyenda japonesa dice que estos dioses sanaron a la diosa sintoísta Izanami después de que ésta diera a luz a un dios del fuego. Otra historia cuenta que un demonio se enamoró de una mujer y se escondió dentro de su vagina, mordiendo el pene de su esposo, recién casados, dos veces. Para resolver el problema, la mujer buscó la ayuda de un herrero, que le hizo un falo de metal con el que rompió los dientes al demonio y lo expulsó para siempre. Con el tiempo, el santuario de Kanayama terminó por reunir todas estas leyendas y tradiciones en torno al sexo y la fertilidad. La gente dirigía a estos dioses peticiones relacionadas con las enfermedades de transmisión sexual y el parto. Durante el periodo Edo de la historia de Japón, entre 1603 y 1868, las prostitutas que ejercían en las rutas comerciales de la zona solían acercarse a este templo de Kawasaki a pedir por su salud y librarse de la sífilis y otras enfermedades de transmisión sexual.

El festival, tal como se desarrolla hoy en día, con su procesión en la que grupos de mujeres portan grandes falos y reparten piruletas con forma de pene, comenzó a celebrarse en 1978. Y más recientemente, con la publicidad fácil a través de internet y las redes sociales, se ha popularizado en todo el mundo, como los Sanfermines o la Tomatina, hasta congregar a más de 30.000 personas.

Los actos comienzan sobre las 11 de la mañana, aunque la gente empieza a congregarse en la puerta del templo varias horas antes. La procesión principal es a mediodía y está formada por tres mikoshi (pasos), que avanzan por la calle hasta la estación de tren antes de regresar al Santuario. Estos mikoshi se exhiben antes de la procesión dentro del propio santuario, pero el evento se ha vuelto tan popular que para las 11 los organizadores pueden comenzar a rechazar la entrada del público, que se agolpa en largas colas en busca de comida, cerveza de sakura, camisetas estampadas con motivos fálicos y caramelos en forma de glande.

Esta expresión cultural y religiosa, vista desde nuestra perspectiva cristiana, puede resultar obscena y vulgar, pero muchos japoneses hacen una lectura estrictamente religiosa, y lo ven como una oportunidad para rezar por la fertilidad, el parto saludable y el sexo seguro. Durante la fiesta se recauda dinero que luego se destina a apoyar la investigación sobre el VIH y el SIDA. Pero obviamente, por encima de lo religioso está la fiesta. Muchos van disfrazados con coloridas máscaras en forma de pene y vagina, y se venden velas, llaveros y otros objetos con motivos fálicos.

Como era de imaginar, al Kanamara Matsuri también se ha apuntado el colectivo gay. Una famosa drag queen de Tokio, Elizabeth Kaikan, donó un enorme falo de color rosa, que es portado en la procesión por transexuales, y que se ha convertido ya en el centro de la atención del público.

Las tradiciones culturales son producto de la imaginación y las experiencias vitales de millones de personas a lo largo de la historia. Son ricas y vivas. Están ahí y seguirán ahí por su utilidad o simplemente por puro placer. A mí me gusta más consumir la vida al natural, en la frontera. Pero puestos a elegir entre productos culturales, prefiero aquellos que son alegres e intrascendentes.

* Profesor de la UCO