Kalendas en Corduba se configura en una suerte de ludi Magni en los que se disfruta de las magnificencias de la ciudad. Magni, puesto que son nada menos que dieciséis días completos: la mayor fiesta de Córdoba en todo el calendario anual. Una verdadera pasión romana más dilatada aún que la Semana Santa.

Visto el programa de estos ludi me punza en el ánimo que, aquí como tantas veces, pase inadvertida a la Córdoba actual la existencia de dos comarcas patrimonialmente extraordinarias al norte de la provincia, el Alto Guadiato y Los Pedroches. Si las sumáramos a Córdoba de verdad, como en la Antigüedad, algo más prósperos seríamos todos seguramente. Yo soy oriundo de las dos, por lazos familiares, profesionales y emocionales; así que este texto, lógicamente, tiene su poquito de resquemor catetillo y provinciano de pura bellota serrana, que no pretendo esconder.

Ardorcito ibérico, porque esas dos comarcas están completamente ausentes de estos dilatados días festivos en los que quiere reconocerse la Córdoba romana actual. Cuando eres, precisamente tú, Corduba, la que debes toda tu magnificencia antigua a la enorme fuente de financiación que extirpaste del vientre de estos afamamados territorios mineros en la Antigüedad: los que configuraban el 80% de tu territorio antiguo.

Iberia es la tierra con mayor número de citas clásicas a sus minas de todo el Mediterráneo: «L’Eldorado du Monde Antique» según el mayor conocedor de todo ello, el Prof. Claude Domergue. Dentro de ella, sin duda, existe «une region plus particulièrement gâtée par le sort en ce domain: c’est la partie méridionale». Es decir, esa Turdetania situada entre el Guadalquivir y el Guadiana, donde, según Estrabón «ni el oro, ni la plata, ni el cobre, ni el hierro, en ningún lugar de la tierra, se ha comprobado hasta ahora que se produzcan en tan gran cantidad ni de tan alta calidad». Estamos hablando, fundamentalmente, de la serranía norteña cordobesa. Esa misma que, según Silio Itálico, permitió que la «tierra de Córdoba no cesase nunca de ser de oro». La misma tierra, ¡oh Plinio!, que producía para la Roma de tu tiempo el cobre más famoso; ese que tu llamaste honrosamente «cordobés».

Si la única ceca imperial occidental de monedas de oro y plata en tiempos de Augusto estuvo en Córdoba, si las élites de Cordoba tuvieron recursos financieros a discrección y si Cordoba fue la más rica y bella ciudad hispana, fue gracias a la mayor fuente de financiación de toda la España romana del momento. A Cerro Muriano, al Alto Guadiato y a Los Pedroches: a las tierras que hicieron a Sexto Mario, el dueño de sus minas en cierto tiempo, el hombre más rico de las Hispanias, según el mismo Plinio.

Córdoba, la que ahora se festeja, nunca sería lo que fue, sin las entrañas solemnes de las dehesas de su norte. No fue rica Córdoba por su vino o su aceite, sino por las minas e industria minerometalúrgica de estas comarcas ausentes.

Justo hubiera sido que, aún no perteneciendo ningún yacimiento norteño a la ruta Bética Romana, existiese algún intento por parte del consistorio cordobés, conditor ludorum, en no dejar de lado a las tierras que tanto festejo ahora consienten. Máxime siendo de ellas aquel mellariense ilustre y flamen de toda la Bética, Cayo Sempronio Sperato, que es el único personaje conocido que sabemos tuviese una estatua dedicada en el capitular templo de la calle Claudio Marcelo, desde donde regía las asambleas anuales de la Provincia Bética a finales de siglo I. d. C.

Esto es lo poquito que me arde (o que digo) sobre estos juegos, junto con el que, sobre todo y de una vez por todas, el Ayuntamiento quite al falso y estridente simulacro mudo entendido por Marco Claudio Marcelo del entorno del templo; que es la mayor ofensa cívica que se le puede hacer a nuestro romano fundador, máxime en estos días de ludi. Pero sobre patrimonio de verdad, hablamos en otra ocasión.

Por último no sobraría incorporar al recetario de esta nueva nouvelle cuisine romaine, para mÍ hasta ahora desconocida en la ciudad, otro ilustre ausente: un platito de alcachofas, a la cordobesa. El único literariamente constatado por el mundo clásico como típico de las tabernas romanas de Córdoba, ya que, «no hay un día que (en Córdoba) pase sin alcachofas en la mesa», que decía Plinio. Querido Pedro, a esas pago yo, en Fuente Obejuna, Villanueva del Duque o en nuestra diaria judería.

* Profesor del Área de Arqueología de la Universidad de Córdoba