Acertadamente, la presente edición del Día Mundial de la Población se ha dedicado a la problemática de los jóvenes, determinantes sin duda para el futuro de la humanidad, pues no en vano constituyen la mitad de los habitantes de la tierra. Y son muchas las reflexiones que introducen con este motivo y ocasión, pero prefiero detenerme en la percepción mayoritariamente compartida acerca del creciente distanciamiento que mantienen los jóvenes respecto al sistema político institucional y que constituye uno de los rasgos característicos de las sociedades democráticas contemporáneas. No se trata de una oposición frontal al sistema político, sino de algo que puede ser incluso más preocupante como es la acentuación del desinterés, la apatía y la pasividad de las nuevas generaciones cuando se trata de asuntos relacionados con la esfera pública. Los datos del Instituto de la Juventud son contundentes a este respecto, encontrándonos en el extraordinario estudio de Eusebio Mejías un ranking de respuestas a la demanda de qué sentimientos o emociones despierta la política encabezado por el aburrimiento (40 %) y la indiferencia (31 %), frente al menor interés (26 %), compromiso o entusiasmo, pasando igualmente por grandes dosis de desconfianza e irritación. Y esta es una de las causas de la extendida preocupación por lo que se ha dado en llamar la calidad de la vida democrática, y que, para nosotros, abre incluso serios interrogantes sobre el futuro de nuestra democracia. Porque los jóvenes son el futuro, pero también el presente, pues su fuerza y energía transformadora son necesarias para que las democracias contemporáneas no pierdan el impulso cívico imprescindible para continuar siendo sistemas políticos dinámicos, que puedan responder a los continuos cambios sociales, económicos y culturales de las sociedades avanzadas y, al tiempo, fomentar la participación de los ciudadanos en la esfera pública. En definitiva, para que la democracia no quede reducida a un mero método político, por utilizar la expresión que en su día popularizó J. Schumpeter , limitada a un conjunto de mecanismos y reglas formales para legitimar la selección de los gobernantes y los procesos de toma de decisiones.

Los estudios de sociología política, cuando buscan explicaciones a la apatía o distanciamiento de los jóvenes respecto a la política, insisten en las circunstancias vitales de la juventud en nuestra sociedad desarrollada, caracterizadas por unas condiciones de vida sensiblemente mejores que las de generaciones anteriores, pero contradictoriamente muy dependientes, lo que dificulta su presencia como sujetos autónomos en la esfera pública, así como la asunción de responsabilidades colectivas. Pero independientemente de esta realidad, creemos que el gran obstáculo con el que se enfrentan todos los intentos de comprometer activamente a los jóvenes radica en que no se les considera ciudadanos plenos. Ni en la teoría ni en la práctica se les reconoce a los jóvenes la condición de ciudadanos y, por consiguiente, su capacidad y legitimidad para influir en los procesos políticos y sociales de nuestra comunidad. Como mucho se habla de los jóvenes como ciudadanos futuros, ciudadanos incompletos, tal y como hacía Aristóteles en La Política, o ciudadanos en proyecto según Marshall . Seguimos definiendo al joven en negativo: aquél que no ha alcanzado el final del proceso --sin un empleo, sin una formación acabada, sin una familia propia--, y de ahí que no los tratemos como ciudadanos a los que hay que reconocer y potenciar su status de miembros plenos de la comunidad, asumiendo las peculiaridades propias de su condición juvenil.

Es un problema cultural de nuestra sociedad, que hay que invertir, reforzando la necesidad de crear las condiciones adecuadas para que los jóvenes adquieran protagonismo en el desarrollo de la comunidad política, si es que queremos apostar por una profundización real de la "calidad" de la democracia. Hay que dar voz a los jóvenes para evitar su salida, decía Hirschman , pues mantenerlos en esa posición secundaria acentuará ese alejamiento, redundando negativamente en la calidad de la vida democrática, tanto presente como futura. Necesitamos la presencia real de los jóvenes en la esfera pública. Necesitamos su fuerza y creatividad para proponer cambios, para dimanizar la sociedad, para transformar la realidad más cercana y cotidiana. Ese es el gran desafío que tienen ante sí las políticas de juventud: fomentar el protagonismo juvenil como medio de desenvolver su potencial como personas. Unicamente así, no sólo tenderíamos a garantizar la calidad de la vida democrática, sino que lograremos, como diría Sousa Santos , democratizar la democracia.

* Presidente de la Diputación Provincial de Córdoba