Vivimos una época rara. Es cierto que el viejo dicho que dice que cualquier tiempo pasado parece mejor nos hace pensar que lo de antes vale más que lo de ahora, y también es verdad que es una sensación falsa vestida de veracidad gracias al poder que la nostalgia tiene para remover el alma de la gente. Sin embargo, hay periodos clave que evidencian una descarada decadencia de valores y parece que esta es una de ellas. Lo siento, pero creo que nos han tocado fechas históricas en las que empezamos a tener inquietudes y miedos sobre qué tipo de mundo se encontrarán nuestros hijos -y nietos espero-- ante el fracaso de la razón. En estos mimbres se forjan y triunfan populismos políticos; de derecha e izquierda. Hoy nuevos personajes que se hacen pasar de mesías políticos --sin ser ni uno ni lo otro-- nos quieren vender que la panacea de las soluciones sociales se halla en los extremos. Empuñan la bandera de la libertad, que es una bella idea apta como ninguna en captar adeptos fácilmente, cuando lo que proponen estos líderes, que más bien parecen imanes, es un partido único de espíritu colectivo no para alcanzar la solidaridad general sino para no escuchar la suma de individualidades. Se creen listos, pero son ingenuos porque subestiman al pueblo, que tiene memoria y recuerda cuándo, dónde y cómo finalizaron los sueños comunistas: en el este de Europa, donde el levantamiento popular derrotó a la opresión estatal. Y del extremo de derecha mucho más de lo mismo, pero con la diferencia de que a este se le ve venir. Nunca sabremos cuánto le debemos a la social democracia y cuánto debemos cuidarla; ese sistema donde no es imposible ascender en la pirámide social desde abajo y donde se atiende a la pobreza con ayudas estatales. Por supuesto que hay injusticias y motivos para la desesperación, pero mucho menos. Lo paradójico es que ella es tan justa que aporta el camino legal para que los extremos puedan también acceder al poder. Y si lo consiguieran apoyándose en el hastío que el paro obrero provoca, la historia ha demostrado lo que estos salva patrias tardan en anular lo que la social democracia ha conseguido con tanto esfuerzo: el pluralismo político y las elecciones libres. Puede que nuestro nuevo partido de esta naturaleza, o sea Podemos, no vaya de este palo y todo sea buena voluntad para alcanzar la felicidad de España. Pero ante la duda que siempre es legítima hay que exigirles un juramento de respeto y cuido de la social democracia como vía imprescindible de legalidad.

* Abogado