Démonos de nuevo otro descanso. Llega a hacerse insoportable tanto trajín de noticias con las que no sé quién y su mano misteriosa nos amanece y nos ahoga cada día. Las noticias de este mercadillo de pactos que han montado una vez más nuestros políticos tras las elecciones, y si te vi no me acuerdo, porque donde dije dije, digo Diego. Esta sangre que no cesa de mujeres asesinadas por la violencia del energúmeno que les cayó en mala suerte. Esta esperanza de que los alumnos de Selectividad tomen conciencia de la chapuza que tenemos con las autonomías, a ver si ellos, cuando estén capaces, lo arreglan o siguen con el teatro. Esta Seguridad Social en bancarrota. Estos estudios que nos muestran cómo los niños se han convertido en consumidores de pornografía... Sí, nos merecemos un descanso. Es junio; la plenitud de la vida. Paseemos el alma por el amanecer, cuando las golondrinas descorren con sus picos las cortinas del alba; o sentémonos al atardecer, en la tierra tibia de una loma, y contemplemos los trigales mecidos por la brisa. Un aura dulce dora los campos y acaricia nuestra frente. Descansemos por unos instantes. Están salpicadas de humildes florecillas las márgenes de los caminos. Disfrutemos del regalo con que la amapola nos ofrece su ternura. Llevemos nuestros cansados ojos a esos pétalos blancos, gualdas, rosas. ¿Existe azul más bello que el de la achicoria, cuando se abre al sol de la mañana? Hay frescor en las umbrías. Perdido en la espesura, el ruiseñor le canta, día y noche, a su compañera, para animarla a que incube la nueva familia. Entre los árboles, brillantes de hojas nuevas, se llaman los herrerillos, los pinzones y las tórtolas. En lo más alto, un jilguero juega a irisar sus plumas y su trino interminable. Saboreemos una fuente de cerezas; partamos un pomelo y dejemos que nuestra boca se convierta en zumo. Abramos una sandía y bebamos en el manantial de su dulce agua roja. Convirtamos nuestros labios en fresas como besos. Es la esperanza de la vida. Entreguémonos a ella y escuchemos a nuestra madre Naturaleza, que nos susurra que ya no puede más y se apaga definitivamente, y no tendrá más fuerzas para más flores, ni más lluvias, ni más paisajes. La vida nos pertenece; no podemos abandonarla nunca, porque somos de ella y su alegría.

* Escritor