La muerte de Julio Anguita González ha sobrecogido a la sociedad cordobesa y a la española, dando lugar a miles de mensajes de pesar y a una nueva reflexión sobre el significado de su figura, pues en los últimos años -se retiró de la vida política activa en 1999 debido a los problemas de salud que arrastraba desde su primer infarto en 1993- ha seguido siendo el principal referente ideológico y ético de la izquierda. Para los cordobeses, Julio Anguita es una figura de autoridad, querida y respetada, que pilotó como alcalde los difíciles años de la transición y que en 1981, en su primer mandato, aguardó desde su despacho de la Alcaldía de Córdoba el desenlace de un golpe de Estado (el 23F) que, por fortuna, no llegó a cuajar. Figura polémica, ha despertado intensas adhesiones y también intensas animadversiones, pero nadie podrá negar su concepto de la política como servicio a la sociedad, la coherencia de su discurso, su honestidad y su carisma. Su capacidad de convicción en el discurso público, su mensaje «programa, programa, programa», siguen formando parte de la memoria política de España, y de una Córdoba que lo vio salir antes de cumplir su segundo mandato -en el que alcanzó una abrumadora mayoría absoluta- para poner en marcha el proyecto Convocatoria por Andalucía (en el que tanto se ha inspirado Podemos), liderado desde Izquierda Unida, con el que obtuvo un resultado electoral entonces impensable para el Partido Comunista y desde el que avanzó hacia la política nacional, donde también impulsó de manera considerable la presencia del PCE, luego de la coalición Izquierda Unida, en el Congreso de los Diputados. Fue secretario general del PCE y coordinador general de Izquierda Unida, y candidato a la presidencia del Gobierno, imprimiendo un nuevo estilo al debate público.

Su dolencia cardíaca lo retiró de la política activa. Atrás quedó la actividad política e institucional, y más atrás todavía ese primer alcalde comunista de una capital de provincia que durante tantos años fue conocido como el ‘Califa Rojo’. Volvió a la docencia, rechazó la pensión del Congreso de los Diputados y regresó a Córdoba. En su vida sufrió el dolor más grande, el de perder a su hijo, el periodista Julio Anguita Parrado, en una ofensiva militar cuando acompañaba como reportero a las tropas norteamericanas en Irak en abril del 2003. La frase que pronunció («Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen») ha quedado en la memoria colectiva.

Anguita conservó a sus amigos y optó por una vida tranquila en su ciudad, aunque no ha dejado de escribir ni de ofrecer sus puntos de vista políticos, apoyando en varias ocasiones a los nuevos movimientos de izquierdas en torno a Podemos. Su marcha deja en Córdoba una sensación enorme de pérdida, por la calidad de su personalidad y la sencillez de su vida. Diario CÓRDOBA se suma al pesar de su familia y personas cercanas, con el agradecimiento por el trato preferente que siempre ha tenido con nuestro periódico, y con la sensación de que ha fallecido un hombre importante en la construcción de la historia política española entre finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI.