En la mesa redonda de los motoristas del infierno suele ganar la mano quien dispara más rápido. Por eso en esta noche de tahúres entre el independentismo y el PSOE ya no hacen falta los chalecos amplios del disimulo y los cañones bajo la mesa entre las propias filas. Aquí todos manejan bien su eterno cálculo de probabilidades, aunque solo sea Sánchez, como siempre, el único que pueda sorprender con cualquier nuevo giro de ruleta. Los independentistas han apoyado su investidura como presidente y ahora ganan una mesa de negociación para repartir unas cartas que el Gobierno, en realidad, no tiene, porque la soberanía española es una realidad constitucional amparada por todo nuestro árbol legal; aunque las cesiones a los nacionalismos periféricos, motivadas por la ley electoral, hayan convertido algunas ramas de ese tronco en repúblicas aspirantes a su independencia. Pedro Sánchez ha demostrado dos cosas en los últimos años, y no sabría decir cuál de las dos lo determina o lo define más. La primera es una falta absoluta de sentido de la posesión con sus propios principios, con su propio perfil o retrato político, que está dispuesto a soltar en la primera vuelta del trayecto para adoptar otro diferente, que incluso puede ser el mismo que hasta ahora ha criticado con griterío de grada. De hecho, hemos conocido tantos Pedro Sánchez diferentes que el único que vale es el reciente, porque dentro de su habilidad camaleónica o ese poco apego a sus palabras, que mañana no valen, entra un desparpajo que se aleja al galope de cualquier asomo ético. La otra cuestión fundamental del sanchismo es la que pone título a la autobiografía que le escribió Irene Lozano: Manual de resistencia. Pues sí, estamos ante un tipo que quizá no conoce el compromiso con su propio discurso y respira de forma ajena a esa moralidad que nos vincula con lo que hemos creído; pero es un tipo duro. Duro de verdad. Duro en plan correoso. Un tipo al que echan de su partido, coge el volante y se recorre España para ganarle el pulso a Susana Díaz, que tenía todo el aparato a su favor y ahora besa fervorosamente su camino quemado. Ay, la vida. Y lo digo sin ironía: que tiemblen los independentistas, porque este hombre, hasta ahora, se la juega a cualquiera y luego gana.

El duelo se vuelve interesante por estas dos cuestiones: porque la propia falta de coherencia con lo que se ha dicho o se ha sido, o con lo que se ha dicho que se era, nunca es un problema para Sánchez. Dicho en otro plan: vende lo que sea, a quien sea y cuando sea, que es cuando le haga falta. Pero eso también puede jugar en una doble dirección con el independentismo, dependiendo de que el viento se torne favorable con la corriente de la constitucionalidad. Además, es tozudo. Esto sería bueno si hubiera un contenido dentro de su tozudez, más allá de la brocha gorda en el tratamiento del franquismo, la guerra civil, la posguerra y el feminismo, que son los grandes bloques de la vida pública española según nuestro Gobierno. Esa actualidad. Pero claro, es que en el otro lado tenemos a Quim Torra, el autor de sentencias racistas contra los españoles, a los que considera de una raza inferior. Lo bueno de la raza de Torra no se esconde: solo hay que escucharlo, y también verlo. Un hombre con esa mirada, con esa cardinal inteligencia, no puede engañar a nadie.

Torra dice que el independentismo no va a rebajar sus pretensiones. Reaparece Artur Mas para decirnos que el soberanismo de los catalanes que pretenden ahogar a la otra mitad de sus vecinos, que no son independentistas pero sí, igualmente, catalanes -y españoles- es un proceso largo que estos años de calma, si la hay, no se va a mitigar, sino que únicamente se consolidará. Mientras, exige referéndum de autodeterminación y amnistía a los golpistas condenados por el Supremo. Estas reivindicaciones las comparte, según Torra, el 80% de los catalanes. Pero otra vez, todo el mantra independentista se instala en la mentira. ¿Cómo van a compartir esa amnistía el 80% de los catalanes, si en las últimas elecciones -un hombre, una mujer, un voto- más de la mitad de los catalanes votaron a los partidos españolistas, a favor de que esos presos cumplan su condena?

María Jesús Montero sigue hablando del golpe como «conflicto político» y anhela «soluciones imaginativas», porque Sánchez cederá lo que pueda para lograr el apoyo de ERC en los Presupuestos. ¿En qué consiste esa imaginación? Estos juegos de manos, necesariamente, se tienen que mover debajo del tapete.

* Escritor