Hace años estaban de moda las cadenas de Facebook en las que se te pedía que donaras dinero para un niño o niña que tenía cáncer o una enfermedad rara. Entonces te decían que el niño o niña se tenía que ir a Estados Unidos para someterse a un tratamiento experimental. Por entonces mi hija estaba en la peor época de su vida. Pasó por varias operaciones, una tras otra, y yo sabía, por experiencia, que si la Seguridad Social española no tiene tratamiento para una enfermedad fuera de España ese tratamiento no existe. Sí, puede que exista un «tratamiento experimental». Pero un estudio experimental significa lo que su propio nombre indica. Un experimento. En el que el sujeto humano es una cobaya para probar un nuevo tratamiento o fármaco. Generalmente a los sujetos se les paga por participar en el estudio, no lo contrario.

Cada vez que advertía a alguien de que la cadena era claramente un timo, me llamaban desalmada. Cuando salieron a la luz los casos de estafa de Nadia, del niño con la enfermedad de Hunter, del niño con citomegalovirus, de tantos niños con presuntas enfermedades raras que en realidad nunca habían existido, nadie me pidió perdón.

Hace poco me avisaron del blog de un tal Ariel Serlik, que contaba la historia de una pareja gay que había acogido a tres niños. No voy a extenderme en cómo descubrí que toda la historia era falsa. Ni el tal Ariel Serlik tenía cáncer, ni había acogido a dos niños sordos, uno de ellos asperger, y a una niña con hemiplejia. El tal Ariel Serlik no pedía dinero. Sufre un trastorno: síndrome de Munchausen por internet.

El síndrome de Munchausen por internet define a las personas que construyen identidades falsas y fingen enfermedades o traumas para conseguir llamar la atención o despertar la simpatía de comunidades y grupos de apoyo on line. No piden dinero. Es un fenómeno tan común como para que el Journal of Medical Internet Research le haya concedido un artículo y como para que casi se le incluyera en el DSM-V en la lista de trastornos de personalidad.

El por qué ciertas personas recurren a hacer creer que están enfermos se fundamenta en lo que se viene a llamar «el juego de dar pena». Como humanos que somos, tendemos a prestar atención a las personas que se encuentran en dificultades, siempre que pertenezcan a nuestro entorno próximo.

En su libro The sociopath next door, la terapeuta Martha Stout cuenta cómo en 25 años de ejercicio profesional ha acabado dándose cuenta de que hay un rasgo que define a todos los sociópatas: No dan miedo. Inspiran pena. Para ganarse la confianza de la víctima suelen contarle horribles historias sobre su niñez. Mi madre me pegaba, mi padrastro abusó de mí, crecí en un orfanato. A veces son ciertas, y a veces no. Pero la verdad es que los supervivientes del trauma tardan mucho en contarlo. Suelen mantener la historia en secreto. Pocas veces la revelan y cuando lo hacen, esto sucede en el entorno de la terapia o solo tras haber pasado por ella y tras haber elaborado y gestionado la experiencia, no después de una sesión de sexo apasionado y susurrando: «Esto que te voy a contar es la primera vez que lo cuento...». Querida o amigo: Si alguna vez te encuentras en una situación así, no te quepa duda de que estás frente a un estafador emocional. Y posiblemente también económico.

Generar compasión es una de las claves fundamentales para manipular. El otro hará cualquier cosa por aliviar a la otra persona, por aliviar la culpa que experimenta por tener una vida más plena. Y de ese impulso tan humano surgen las estafas con niños enfermos, los estafadores emocionales, las victimistas, el Munchausen por internet e incluso los personajes televisivos que van a programas del corazón a contar, previo pago, que sufren una enfermedad que en realidad no sufren o que sí sufren pero que han exagerado enormemente.

En fin, cuento esto porque las personas que tenemos de verdad niños que han estado enfermos no solemos hablar de ellos, sobre todo porque es importante para nosotros que esos niños crezcan con intimidad y de la manera más normal posible. Pero hay algo muy importante que repito siempre. Si de verdad quiere ayudar a un niño enfermo, apoye a la sanidad pública. No permita que sigan recortando. En Estados Unidos ningún tratamiento iba a ser mejor que las operaciones que mi hija tuvo aquí. Y nadie le garantiza que usted o uno de los suyos no enferme mañana. Le aseguro que en ese caso el mejor seguro médico nunca estará la altura de la sanidad pública.

* Escritora