La convención que celebró el Partido Popular este pasado fin de semana sirvió, básicamente, para confirmar que en esta etapa se han rendido a José María Aznar. En el fondo y en la forma. Eso implica forzosamente la marginación de Mariano Rajoy, porque uno es incompatible con el otro. El primero siempre ha sido un soberbio, en el ejercicio del cargo y también después. Aznar despreció a Rajoy desde el primer minuto y, aunque fue él quien le eligió, se nos aparecía siempre con el ceño fruncido, como si fuera víctima de la decisión equivocada de otro. Es un hombre que jamás ha reconocido ningún error.

Rajoy tampoco, pero a él es inevitable verle como ese señor de Pontevedra aficionado a la ironía fina y a los trabalenguas, que ahogó en un bar las penas de la moción de censura. Para las respectivas aficiones, uno hace mejor al otro. Los aznaristas no soportaban el desdén de Rajoy, aquello de que por no hacer, no hacía ni política. Los marianistas preferían tener un líder afable, cuyas ideas iban en función de lo que le convenía, frente a la prepotencia con la que Aznar mantenía y defendía sus principios.

En la convención de este fin de semana, no quisieron coincidir. Y no es de extrañar, teniendo en cuenta que Aznar se ausentó totalmente de la formación en época mariana. El rencor se hizo patente cuando en su intervención recalcó que pedía “ahora” el voto para el PP. Y el auditorio aplaudió la deslealtad del que fue presidente de honor, pero no necesariamente votante. No lo dijo, pero todos sabemos que Aznar se considera a sí mismo casi como el guardián de las esencias del PP. Rajoy llegó a la convención con largos rizos en los laterales de la cabeza. Ya no está en el cargo, así que ahora puede parecerse si quiere a la Dama de Elche.

Se sentó en el escenario con un micrófono y tuvo una charla soporífera con su amiga Ana Pastor. Fue muy de Rajoy el comentario de que, a estas alturas de su vida, no va a hacer de tertuliano (es decir, que sigue sin opinar de nada). El sábado, en cambio, Aznar se subió a la tribuna e hizo un discurso con contenido político de principio a fin, sentando cátedra, como queriendo iluminar a un auditorio que estaba predispuesto a ir hacia la luz. Yo creo que, tanto Pablo Casado como Aznar, corren riesgos con la foto de ellos dos a la derecha, mientras Rajoy vaga en medio de la nada. Con ese tipo de actitudes, contribuyen a humanizar más al señor de Pontevedra al que, por cierto, le pasó factura en gran medida la corrupción que tuvo lugar en la etapa de su antecesor. Es comprensible que renieguen de su gestión. Lo hizo fatal en muchas cosas. Sin embargo, hay algo que ha hecho con mucha más clase que Aznar: irse.

* Periodista