Acaba de celebrarse en Baeza un Congreso Internacional sobre la figura de Juan de Ávila, el santo patrón del clero español, tras la Asamblea de los obispos del Sur, el 21 y 22 de enero, con motivo el Año Jubilar Avilista. A lo largo de tres jornadas, del 11 al 13 de febrero, se han dado cita, en la sede Antonio Machado de la Universidad internacional de Andalucía, especialistas de san Juan de Ávila del más alto nivel. Los congresistas gozaron también con la visita a los lugares más emblemáticos de la vida del Maestro Ávila en Baeza, a través de la Ruta avilista, así como la vecina ciudad de Úbeda, Patrimonio de la Humanidad. El mundo se abre a mil incógnitas, la sociedad española vive toda una cadena de incertidumbres y contradicciones, y la Iglesia de Andalucía centra su atención en un sacerdote del siglo XVI, manchego de origen, pero que recorrió cada pueblo de la sierra de Córdoba, incluso llegando a otras poblaciones de la Mancha y de Extremadura. Fundó seminarios, colegios y puso en marcha la Universidad de Baeza. Los últimos años de su vida, marcados por la enfermedad, los pasó en Montilla, en cuya basílica de la Encarnación se venera su sepulcro. San Juan de Ávila es muchas cosas: Doctor de la Iglesia, patrón del clero español, Apóstol de Andalucía, Maestro y uno de los más destacados ascetas del Siglo de Oro, pero sobre todo, sacerdote. Se convierte en testimonio palpitante de actualidad porque en estos momentos históricos, la Iglesia y la sociedad necesitan modelos a los que imitar. Padecemos una terrible sequía de dirigentes en todos los ámbitos; se multiplican los «ídolos y dioses», «adorados» clamorosamente en las inmensas pantallas de las televisiones; está en crisis la «paternidad», mientras una caravana de «orfandades» cruza caminos sin rumbo, en busca de «tierras prometidas»; continúan sangrando y agravándose las heridas de los emigrantes y refugiados. Y para colmo, comienzan a despuntar las primeras «amenazas» de los poderes políticos, iniciadas con la solemne ceremonia de la clásica confusión, la de no distinguir bien sino confundir quizás a posta, los «privilegios con las discriminaciones». Ejemplo al canto, en contra de lo que han dicho ilustres socialistas, el incentivo fiscal del IBI no tiene su origen en los Acuerdos Iglesia-Estado de 1979 sino que nace en el año 2002 con la Ley de Mecenazgo. Esas «exenciones», por tanto, las concedió el Estado a todas las confesiones religiosas: evangélicos, judíos e islámicos. En este clima, la pregunta o quizás mejor, la gran incógnita de la legislatura es «¿qué tipo de sociedad quiere construir el Gobierno?». Ante estos paisajes, la exaltación del «apóstol de Andalucía», en el Congreso de Baeza, pretende que aprendamos los valores de un hombre de Dios, recogidos en el carné de identidad de un apóstol santo, como diría el papa Francisco. Juan de Ávila nos sigue recomendando «estar enamorados de la Iglesia, de una Iglesia que necesita reforma y que trabaja por ella y en ella pacientemente». Su consejo tajante tiene en esta hora una urgente actualidad: «Hemos de tener un espíritu semejante al de los profetas: que en todo pongamos calidad espiritual y docilidad al Espíritu Santo. Solo así el ministerio del presbítero tendrá apertura al futuro y nos hará capaces, si fuera preciso, de deshacer lo que nos paralice y de aceptar lo que nos empuje a saltar las tapias que, poco a poco, nos han ido acorralando en un ministerio timorato que, a poco que nos descuidemos, nos encierra entre inercias y miedos».

* Sacerdote y periodista