Hay conceptos que nos acompañarán toda la vida, por mucho siglo XXI e Internet que haya: los viejos, los jóvenes y los rebaños de ovejas. El domingo dos mil ovejas atravesaron Córdoba por la Ribera, como desde hace siglos, cuando sus necesidades alimenticias pasan del periodo veraniego a la invernada. Las ovejas, que nos acompañan desde la niñez, para contarlas antes de dormirnos o para comprobar cómo su estiércol, según decían sus pastores, mejoraba los campos por donde pasaban, son historia básica al menos para los niños de los pueblos. Los viejos son (somos) el camino del final y ese espacio tan íntimo de la vida en el que ya no se sabe si la persona de tal edad es abuela, madre de sus hijos ya mayores y sin descendencia o una estadística del gobierno que aparece muchas veces en ese vacío que han dejado quienes se murieron antes. La vejez puede ser -según me decía mi médico de cabecera- la peor edad del ser humano, aunque el avance de la medicina está retrasando el momento en que ese sustantivo es aplicable en toda regla: antes se llamaba anciano a un hombre con 65 años. Los jóvenes de ahora, según dice Anguita en sus mensajes de redes sociales, van a tener más dificultades que las que tuvimos nosotros -que conseguimos trabajo bien pagado nada más terminar los estudios-. Según Anguita el Informe Petra, de 1996, encargado por el Gobierno de entonces, dice que los jóvenes de ahora van a vivir peor que sus padres porque se han criado entre algodones y no se han preparado para la lucha. Las ovejas seguirán viviendo en los amaneceres y atardeceres de los pastores, en la belleza de la salida y puesta del Sol en un corral o en la trashumancia, cuando los corderos se meten de lleno en la historia de la globalidad y se convierten en inmigrantes. Las ovejas, esas que atraviesan la Península Ibérica, son belleza, costumbre y economía. A los mayores nos piden que echemos monedas para el día de nosotros mismos. Los jóvenes puede que tengan peor futuro que nosotros, que necesitábamos que viniera el hermano de Ángel para convidarnos a una cerveza cuando estudiábamos en Vallecas. Pero el presente sí que lo tienen bueno: al menos cenan viernes y sábado fuera del piso, aunque sean pizzas o kebabs.