Hoy, 27 de septiembre, se celebra la 106 Jornada Mundial del Migrante y Refugiado, con el lema «Como Jesucristo, obligados a huir»... Vuelven a nuestra memoria las imágenes más desgarradoras de las caravanas de emigrantes y aquellas fotos del niño encontrado muerto en la playa de Turquía. La primera, fría y escalofriante, nos mostraba el cuerpo de un niño muerto, varado en la orilla como un pececillo, en una playa de Bodrum, en el mar Egeo. A su lado, de espaldas, había un gendarme turco. En la segunda foto, veíamos al joven gendarme, portando delicadamente en sus brazos al niño. No le mira. Diríamos que evita mirarlo. Y aunque el pequeño no pesaba más de doce o trece kilos, el policía dobla la espalda como si cargara con todo el peso del mundo, con todos los niños del mundo. El niño, lo recordamos bien, llevaba una camiseta roja, un pantalón corto azul marino y unas zapatillas de deporte con velcro, de esas que las madres compran porque se ponen y quitan fácilmente y no hay que andar atando. Todo en este niño era tan próximo que resultaba aterrador. La ropa, los zapatos, el corte de pelo, los bracitos. Su imagen ha quedado como icono del drama de esa ingente caravana que se lanza al mar y a la aventura, huyendo de la negrura del hambre y la pobreza. El Papa evoca en su mensaje cómo en la huída a Egipto, el niño Jesús experimentó, junto con sus padres, la trágica condición de desplazado y refugiado, «marcada por el miedo, la incertidumbre, las incomodidades». Casi cada día la televisión y los periódicos dan noticias de refugiados que huyen del hambre, de la guerra, de otros peligros graves, en busca de seguridad y de una vida digna para sí mismos y para sus familias. «Jesús está presente en cada uno de ellos, obligado, como en tiempos de Herodes, a huir para salvarse», señala el Papa en su mensaje. El pontífice nos ofrece seis vías concretas para vivir cristianamente esta jornada, en relación con migrantes y refugiados. Primera, es necesario «conocer» para «comprender, ya que el conocimiento es un paso necesario hacia la comprensión del otro. «No son números, dice el Papa, son personas». Segunda, hay que «hacerse prójimo» para «servir», ya que los miedos y los prejuicios, tantos prejuicios, nos hacen mantener las distancias con otras personas y a menudo nos impiden «acercarnos como prójimos». Tercera, para «reconciliarse» se requiere «escuchar». Otra pareja de verbos que hoy el Papa nos enseña en su mensaje, el de escuchar para reconciliarse. Nos lo enseña Dios mismo, que quiso escuchar el gemido de la humanidad con oídos humanos. Cuarta, para «crecer» hay que «compartir». Dios no quiere que los recursos de nuestro planeta beneficien únicamente a unos pocos. Quinta, se necesita «involucrar» para «promover», conscientes de que tenemos que involucrar a las personas y hacerlas protagonistas de su propio rescate. Sexta, es indispensable «colaborar» para «construir». El Papa dice que debemos comprometernos a garantizar la cooperación internacional, la solidaridad global y el compromiso local, sin dejar fuera a nadie. Manuel Vida, delegado diocesano de Migraciones, ha escrito una Carta sobre esta Jornada, titulándola «Jesucristo emigrante y refugiado», con un mensaje clarividente: «El Hijo de Dios ha emigrado de Dios a la humanidad. Se hizo inmigrante entre nosotros. Puso su tienda para que la humanidad pudiera emigrar hacia Dios».

*Sacerdote y periodista