Lo primero que he pensado al escuchar la elección del poema de John Donne en el homenaje a las víctimas del atentado en Las Ramblas de Barcelona ha sido que con el poeta inglés los organizadores se han ahorrado el problema de tener que escoger entre un autor percibido como netamente español, tipo Blas de Otero, o un catalán, aunque el catalán sea también español. No es que me disguste John Donne -si te gusta la poesía inglesa, o simplemente la poesía, o si retienes alguna fibra ética al leer, es imposible que no te guste John Donne-, sino que al estar todo tan politizado, y al haber vivido una semana tan instrumentalizada, uno pone el parche antes de la sangría. Porque si algo se ha vuelto a comprobar estos días ha sido que el independentismo trafica absolutamente con todo, incluido el suplicio de las víctimas. Así, esta semana el tema no ha sido el duelo ni la pérdida, ni siquiera los fallos de seguridad de hace un año, sino si el Rey llegaba a la república independiente catalana. Sin embargo, cuando he reconocido el primer verso, he eliminado el interrogante anterior -a fin de cuentas, qué importa ya- y he asentido interiormente, porque el fragmento lo merece: «Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. / Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. / Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, / como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. / Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, / porque me encuentro unido a toda la humanidad; / por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti». El poema es tan cojonudo que dio a Hemingway el título de su novela sobre nuestra guerra civil. Pero guarda además una esencia contra el motor independentista -económico, al fin-, el orgullo racista y el egoísmo social. También es un poema sobre la solidaridad: allá donde haya un hombre, su dolor es nuestro. Enhorabuena a la gente.

* Escritor