Jessica Chastain es una claridad pelirroja en el gesto limpio y dibujado sin aristas, con la rotundidad de unos matices que parecen guardar su lenguaje interior bajo la piel. No es una dama roja en esa vieja usanza voluptuosa de Hollywood, aunque bien podría serlo, como si la ternura sutil de Rita Hayworth se hubiera deslizado hacia regiones más íntimas del ser, para que aflore un planteamiento que parece más intelectual que físico. Pienso en pelirrojas ilustres del cine, como Eleanor Parker, que escondía una gran melancolía detrás de su belleza, o la fuerza magmática que se esbozaba también en el rostro de mujer irlandesa y pirata que fue Maureen O’Hara, y me parece que ninguna de ellas podría adscribirse a la categoría de Chastain, con una equidistancia en la expresión que parece otearte desde lejos cuando te tiene cerca, como si fuera escribiendo la novela interior de nuestras vidas con su parpadeo invisible. Alguien pensará que se me olvida Nicole Kidman, que también porta un rasgo singular, más allá del gusto quizá sofisticado de vivir, con esa raspadura interna de un dolor, como si un sufrimiento blanco y cenital le creciera por dentro, con su escultura vertical y líquida de cisne a la deriva en su propia ciénaga de azoteas luminosas en París.

Pero Jessica Chastain, como otras nuevas mujeres de Hollywood en la estela de Angelina Jolie o Natalie Portman, Jennifer Lawrence --de una forma más reivindicadora de la fuerza de su sensualidad-- y especialmente Emma Watson, es una mujer con un mensaje. No se trata --no se tratan- de unos rostros más o menos bonitos en la delineación de unas facciones, sino que representan diferentes perfiles de feminidad, a menudo complementarios y, de alguna manera, también rompedores. En el caso de Jessica Chastain, la rotura con la imagen común más o menos preestablecida de la mujer hollywoodiense es la naturalidad de su discurso, como si no necesitara una sucesión de contenidos para argumentarlo, sino el sentido común que ella quizá imagine compartido y, como habitualmente vemos, dista mucho de serlo. Si vas a una entrevista en la televisión de un país extranjero a promocionar una película, imagino que esperas todo tipo de preguntas. Especialmente, si eres una mujer. Porque si eres un hombre, ten por seguro que no te van a preguntar por cuestiones tipo específicamente masculinas, sino seguramente más profesionales, como si lo masculino quedara integrado en lo profesional y lo femenino, en cambio, tuviera que dar lugar a otro tipo de conversación.

Por ejemplo: llega Jessica Chastain a El Hormiguero a promocionar su película Molly’s Game, la primera bajo la dirección del guionista Aaron Sorkin, autor de maravillas como la obra y el guion de Algunos hombres buenos y, sobre todo, la espectacular serie El ala oeste de la Casa Blanca, y con una nominación para un Globo de Oro para Chastain como mejor actriz dramática. Las primeras preguntas digamos que no solo son normales, sino sensatas. Preguntada acerca de quién es Molly, protagonista de la película, respondió Chastain que se trata de «una de las terceras mujeres más ricas del mundo. Iba a ser atleta pero acabó dirigiendo las partidas de póker más importantes del mundo, acabó dejando entrar a la mafia rusa y la detuvo el FBI». Luego, lo más interesante: que «es muy útil cuando interpretas a una persona real tener acceso a ella».

De ahí, claro, a las mujeres en puestos de liderazgo, porque a «Hollywood le ha costado mucho asimilar esa idea de vernos por lo que hacemos y no por quién tenemos al lado o por el físico». De ahí surgió la siguiente pregunta de Pablo Motos: «¿Qué tiene que pasar para que las hombres y mujeres dejáramos de desafiarnos como rivales?». Y fue cuando afloró la claridad discursiva de Jessica Chastain, esa capacidad del sentido común expuesto con hondura transparente. «No somos rivales, mira tú y yo». Y lo abrazó. Esto de confundir el feminismo con una especie de pugna entre hombres y mujeres no es el feminismo en que yo creo. Jessica Chastain, en la que sí creo, me ha reconciliado con esa idea. Jamás me he sentido en lucha con ninguna mujer por el hecho de serlo, ni con un hombre tampoco. En realidad no me he sentido en lucha con nadie. Hombres y mujeres, mujeres y hombres. ¿Le habrían hecho la misma pregunta a Joaquín Phoenix? No lo creo: habría mandado al presentador a la mierda, un poco a su manera de maldito estiloso. Empecemos el año bajo la claridad de Jessica Chastain, con esa misma y libre naturalidad de vivir.

* Escritor