Hay vida en las tumbas? Yo creo que sí. Y no es cuestión de nigromancias, sino de la capacidad que tienen las sepulturas de darle vidilla a muchos vivos. Díganselo a Howard Carter, más feliz que un niño con zapatos nuevos al descubrir el sarcófago de Tutankamon. Cojeando con emulaciones churchillianas, hasta podía decirse que nunca el reposo de unos pocos condicionó el tránsito de tantísimos, háblese de San Pedro en el Vaticano o de Santiago en Compostela. Pero también aquí el azar, o la geopolítica de los hombres es puñetera: Juan era el discípulo favorito, y su supuesto enterramiento cerca de Esmirna era un sitio de relativo privilegio en el mundo antiguo, al contrario que el otro hijo de Zebedeo, sepultado en los confines galaicos de unas tierras umbrías y salvajes. Hoy se han cambiado las tornas: la tumba del águila evangelista es un mosaico de jaramagos abonados por la desidia turca, mientras que su hermano, aún apeado del caballo blanco, supera cada año los sentidos abrazos de los peregrinos.

Y bailaré sobre tu tumba, dixit Siniestro Total. Grandes filósofos estos tipos. Hasta los sátrapas más fieros de la historia se vuelven mininos a dos metros bajo tierra. En los procesos judiciales, los finados son una bicoca para endosar culpabilidades. Y en el aspecto político, un valioso terreno para practicar la parábola de los talentos. Hay que reconocer la audacia del Gobierno Sánchez al anunciar la exhumación de los restos de Franco. Con 84 diputados era difícil encontrar un filón que aunase en las izquierdas emotividades y desagravios históricos. Con este paso, Pedro Sánchez dejaba a Zapatero en el Sinaí de la memoria histórica, aprovechándose, eso sí, de la tetanización que sufre la derecha con esta cuestión. A los peperos, los asuntos del dictador los desconciertan tal que si les mostrasen un ajo transilvánico: los irritan, pero no pueden movilizarse por mor de ser tachados de fascistoides.

Como nieto de un alcalde fusilado por el futurible exhumado, sería incierto mostrar una total indiferencia hacia su descanso no tan eterno. Mayor hubiese sido la desaprobación si sus restos hubiesen ingresado en un columbario de hombres ilustres, a la manera del Panteón francés. Con la excepción de los marinos en San Fernando, eso es una quimera para los españoles, con lo que al menos nos hubiésemos ahorrado la incomodidad de que hubiese compartido cenotafio con Unamuno o Jorge Juan. Pero de la iniciativa del Gobierno socialista, y aún con la hiladura fina del principio de seguridad jurídica, prefiero quedarme con la posibilidad de anular tanto juicio sumarísimo de los Tribunales Militares, restituyendo el honor póstumo de los condenados. No soy partidario de esa tontuna oportunista de muchos visitantes de última hora, que lo mismo se enganchan a los postreros días del mausoleo que a los saldos de cierre de un establecimiento. No me va tanto esa alharaca pseudo arqueológica, pues ni he pisado ni tengo intención de acercarme al Valle de los Caídos, por mucho que se intente reconvertir en un ecuménico santuario de la contienda. Salvando las distancias, y con el permiso de mis inteligentes lectores, sería como transformar el Algarrobico en la sede española de Green Peace. Son cuantiosas las demandas de familiares de republicanos que pretenden retirar los restos de sus allegados de esa especie de pirámide castellana, hecha con el calvario, no de la paz, sino de la victoria. Visto que no hay grandes pronunciamientos sobre su valor artístico, y sin perjuicio de museizar en otro sitio la concordia, no sería descartable que el futuro abonase en ese recinto los jaramagos de San Juan.

* Abogado