Últimamente a todas mis amigas les ha dado por casarse y encima por invitarme, y yo como invitada curiosa me detengo a observar cómo las personas asistentes a la boda, o hacen cola impacientes (plato en mano) frente al personal de servicio que corta el jamón o muestran una cara de extremo placer cuando la bandeja con el citado alimento se acerca a su mesa.

El queso, sin embargo y sin desprestigiar en ningún momento el exquisito binomio que forma con una copa de vino tinto, no suele provocar la misma reacción, ya que no es común ver a nadie atacando las bandejas en las que se encuentra. Algo parecido a esto debieron sentir las mujeres participantes en una de las pruebas del circuito MTB Mancomunidad de los Pedroches en el que la organización tuvo el «detalle», no sé si consciente o no, de obsequiar con un queso a las tres primeras mujeres que llegaran a meta versus el jamón que dieron a los tres primeros participantes masculinos. Además, no otorgaron premios por categorías de edad a las féminas, algo que sí hicieron en categoría masculina, concretamente hasta máster 60.

Esta situación que ocurre un domingo cualquiera en una competición deportiva de una localidad cordobesa, es un fiel reflejo de los estereotipos de género imperantes. Vivimos en una cultura atemporal en el que el cambiador para los bebés y el baño para las personas con discapacidad se ubican en el aseo de las mujeres en la mayoría de los restaurantes; en una sociedad en el que ellas se ven sometidas a la tiranía de la belleza; a controlar sus salidas nocturnas, porque es común escuchar: «no deberías salir tanto con la edad que tienes»; a la presión por la maternidad porque «se te pasa el arroz» y un largo etc. frente a los que yo me pregunto: ¿Por qué tienen que a una determinada edad haber cumplido lo que se espera de ellas?: tener familia, hijos, ir al gimnasio a diario... ¿Y qué, si han decidido priorizar otros aspectos de sus vidas? Pues bien, ¿saben qué pasará?, que susurrarán a sus espaldas: «Oh pobrecita, seguro que está traumatizada, seguro que en el fondo es una rarita».

Quizás son el tipo de mujer a la que le mata salir a cenar con un hombre y pedir una copa de vino y un refresco y que le pongan el vino a él, cuando la amante del vino es ella. A la que le repatea que al pedir la cuenta se la den a él cuando puede que la nómina de ella sea superior, o simplemente se da por hecho que lo correcto es que pague él, «por caballerosidad”, me encantaría que se inventara «la señorosidad». Mil detalles diarios que me hacen plantearme si el mundo está preparado para aceptar el cambio que estamos pidiendo a gritos o si las barreras son más altas de lo que pensábamos, porque una cosa está clara, amigas y amigos, sin mujeres libres, no hay sociedad que avance.

<b>Belén Donoso Pérez</b>

Córdoba