Ahora resulta que ya no sé de qué soy, si de izquierdas, de derechas, de centro, de arriba, de abajo, de atrás o de delante. Ahora, los que siempre nos adjudicamos el papel de izquierdas nos alarmamos de los partidos de derechas, los responsabilizamos de la hecatombe en principios morales y desastre social, y decimos que la gente que los vota está equivocada y manipulada. El hecho es que miramos su corrupción, pero no la nuestra, porque el sistema fue mal construido desde sus bases, y así somos incapaces de pedirnos cuentas a nosotros los puros. El hecho es que los que nos pusimos a la izquierda no nos espabilamos para convencer a la gente de que nos vote, sino que hemos entrado en una corrupción peor que la otra, porque que un partido de derechas haga política de derechas, y por eso aseguremos que ya es corrupto, esto lo cuadramos; pero que un partido y sus aledaños se erija en mentor del reparto social y de la ética política, y luego en sus hechos caiga en lo mismo que lo que critica, esto lo pasamos. El hecho es que las autonomías no resuelven los grandes problemas de sus ciudadanos ni de España, sino que son un cúmulo de tensiones y de gastos para los que no hay manera de pedirle a alguien responsabilidades. El hecho es que en estos más de cuarenta años de democracia formal, los partidos de izquierdas han disfrutado de más votos y más tiempo de gobierno, a nivel nacional y autonómico, y ahí están los resultados. Si la gente vota otra cosa, será por algo, y tenemos que respetarlo, y si no nos gusta, pues nos despertamos para ver por qué no nos votan, y dejamos las poses y las palabras bonitas. ¿Qué necesitamos para caer en la cuenta de que la gente tiene libertad de pensar, de decidir, de votar y de cambiar su voto? Siempre el paternalismo de que si la gente no vota lo que yo quiero es que no sabe, se equivoca y se corrompe. Los partidos políticos son la imagen de una sociedad: de los que están de acuerdo, de los que no, de los desesperados, de los que deciden no votar y de los que chalanean para medrar en sus intereses personales bajo la palabrería de etiquetas de derechas o de izquierdas. El hecho es que el pueblo sufre las consecuencias de ese reparto de papeles en este gran teatro de la política que montamos con la Transición.

* Escritor