Abandonada la cuna, el homo sapiens se yergue e inicia su camino, personal e intransferible, bueno o podrido, con espinas o laureles, hasta que la enfermedad o la muerte le cambian el destino. Hierático y rígido, transitoria o definitivamente, según, le quitan las botas y venden la silla de ruedas, pues, ¿para qué le sirven si ya no podrá subir montañas, bajar valles, ni correr el Tour de Francia?

Se apagan las luces y nómadas a trompicones procuran consumir su itinerancia. La traslocación es característica diferencial entre deambulantes, ya sea a cuatro o a dos patas, a revolcones o a lametones; asímismo se distinguen los que van por la vida en volandas: en la carrera del señorito. De entre los sedentarios, incluidos los de la transterminancia, que se quedan embobados y confundidos, destacan los caganet, figura épica y gloriosa de una sociedad emprendedora, que lucha por salir defecando por tal de figurar en el cuadro.

El independentismo, decía en otra ocasión, era más cuestión de sentimiento que de cosa administrativa, salvo cuando los invasores te imponen sus gestos, gustos, cantos y rezos que en este caso hay que actuar con brío pues la dignidad obliga. Insolidarios, «ande yo caliente», «no des pan al perro ajeno» itineran solos, independientes, para que nadie perciba sus vergonzantes entripados mentales, estéticos, o de sus escatológicos cólicos con sus pútridas flatulencias.

No es el que más corre el más valioso, a veces suele ser el paticorto, ni el que se queda quieto el más sabio. ¿Qué se podría hacer si aún el itinerario no está diseñado?

Aplastó nuestra civilización. No estaba inscrito en las tablas de Moisés ni en libros sagrados; tatuados, lo cincelaron, antes de nacer, en su propia piel. La chatarra no se puede colocar en medio de tu palacio. Laín Entralgo hizo «descargo de conciencia» jugándose el pellejo por exponer su errada itinerancia. Se crucificó por honesto. Lo político con abrumadora frecuencia, no suele destilar verdad, honestidad ni inteligencia; conlleva misterio, ocultación, discreción, oportunismo, hipocresía y exhibición: la posverdad tomada como dogma, sin cintura ni regates. Lo políticamente correcto no siempre interacciona con lo mínimamente ético.

Firmes de cara al sol, haciendo pis sueltos de manos, las chicas no, a ellas le imponen otro itinerario: al piano, al bastidor, hermosos complementos que adornan a la mujer de nuestra civilización que subirán la puja cuando la subasten sobre la tarima en la puerta de la catedral el día del cumpleaños de su mayoría de edad. Y ¿por qué no? Si «por poderes» pueden casarla desde las Américas, tú aquí ella allá o viceversa, ¿no van a poder a distancia tomar posesión?

Animo pusdemón, no te cambies el chaquetón. Objeto de admiración itinera como siempre en tu lenguaje propio, sin pudor ni vergüenza si no con el orgullo de saberte superior, hablando para que no te entiendan. Raza de héroes que desafía al manneken pis con un chorro que no se acaba nunca, que lo alarga y riega a su Nación desde Bruselas sin tener que cruzar montañas, ni llanos, ni tener que compartir su mesa. Y aquí está tu grandeza aunque nadie te lo reconozca, que no se enteran.

Arte de confundir, de marear que es más complejo que el arte de saber o comunicar; de sabios, de seres superiores. Volver y volver para dejar de brillar: tres musculitos madre luce la niña al andar: el soleo, los gemelos y el delgadito plantar. Por eso va y va, para lucir su tríceps sural; con la falda arremangada luciendo las pantorrillas. Vayamos pues, todos con devoción, a encender el televisor para ver al president tomar posesión desde la paradisiaca playa de Fiyi, en bañador con una copa de licor en la mano izquierda y en la derecha una rubia tostada por el sol ¡Arriba la telemática! y ¡Viva Pus-der-mon!

* Catedrático emérito de Medicina de la UCO