Una de las cosas que me gustan de Isabel Agüera es que siempre, al pie de sus colaboraciones periodísticas, firma «maestra y escritora», sin apear nunca de su identidad el trabajo que ha sido la pasión de su vida. Podría poner «escritora» solo, pues tiene muchos libros publicados y ya está jubilada de la docencia, pero lo de «maestra» en primer término viene a ser una maravillosa declaración de intenciones que convierte la sencillez en grandeza. Parece una tontería, pero no: ella no da clases ahora a los críos, pero siembra su magisterio de mil maneras, y así pueden dar fe la legión de antiguas alumnas y alumnos que mantienen el contacto, participan con ella en las actividades y talleres que inventa en su muro de Facebook, le dan homenajes... Igual en su pueblo natal, Villa del Río, donde suscita un enorme cariño entre sus vecinos, amadrina un premio literario y participa en actividades radiofónicas. Isabel Agüera es, para nosotros, una más de esta agitada casa que es Diario CÓRDOBA, con sus artículos en la sección de Opinión y en el suplemento de Educación. Desde la distancia, pendiente siempre, sin una protesta ni mal comentario, dispuesta a ayudar cuando hace falta, a escribir si se le pide más, a quedarse atrás si la actualidad impone que se relegue uno de sus artículos. No es la única buena colaboradora de este periódico, pues tenemos la enorme suerte de contar con un elenco de personas cualificadas, generosas, que escriben muy bien y analizan mejor la actualidad, además de apoyar siempre a Diario CÓRDOBA. Pero en el corazón podemos escoger, y hoy quería hablarles de Isabel, la maestra, la escritora, la amiga generosa, la madre, la abuela, la que se sobrepone a problemas de salud que va teniendo y no deja la moderna pluma del teclado. La que no se queja, a la que siempre vemos guapa y sencilla, a la que los años no borran su sonrisa. La que no se olvida de nadie, la que siempre reflexiona en sus escritos sobre esos temas que, en realidad, configuran lo que más nos importa a los seres humanos. Ahora, Isabel ha recopilado con mucho esfuerzo gran parte de sus columnas -¡tres décadas!- y nos las ha hecho llegar a Carmen Aumente y a mí. Y, delante de esos gruesos tomos llenos de breves artículos en los que se encierra mucho de su vida, he sentido emoción, respeto, certeza del privilegio y agradecimiento por el honor compartido. Y ahora pena, porque se me acaba el espacio y me da la sensación de que todavía no les he contado casi nada de esta persona excepcional a la que ustedes conocen por sus escritos, que vive mirando -Mirar y ver se llama una de sus tribunas- y buscando siempre lo mejor de las personas.