Primero encontré una esquela en el periódico del domingo día 12, ese mismo día amplié la noticia por una información que me llegó a través de la Asociación de Historia Contemporánea y el martes leí una necrológica firmada por Darío Villanueva Prieto, exdirector de la Real Academia de la Lengua. La fallecida, a los 83 años, era Iris M. Zavala. Había nacido en Puerto Rico, parte de su formación académica la realizó en España, en la Universidad de Salamanca. Era filóloga, con investigaciones pioneras sobre historia social de la literatura y literatura feminista, desempeñó una cátedra universitaria en España y en otros países, también fue crítica literaria, ensayista y novelista. Su fondo bibliográfico lo legó a la Universidad de Málaga, y en 2019 una catedrática de la misma, María Luisa Balaguer, hoy magistrada del Tribunal Constitucional, publicó un ensayo biográfico sobre ella, para el cual eligió el título de un libro de poemas de Iris: Que nadie muera sin amar el mar. Entre los historiadores es conocida por el volumen colectivo que coordinó junto a Clara E. Lida: La revolución de 1868. Historia, pensamiento, literatura, junto a otras investigaciones en las que aportó documentos de gran interés: Masones, comuneros y carbonarios, así como Románticos y socialistas. Prensa española del XIX, publicaciones del inicio de los años setenta.

Con esa trayectoria académica, me sorprendió conocer en 1997 (la publicación es de 1991) su libro El bolero. Historia de un amor. De él aparecería una edición revisada y aumentada en 2000, con prólogo de Manuel Vázquez Montalbán, quien afirmaba que «Zavala cree, como yo, que a la canción popular han llegado las grandes ideas y los grandes mitos de nuestra cultura humana, patrimonial, acumulada». La obra no es una historia ni una sociología del bolero, la autora la define como «crítica-ficción», pues mezcla historias verdaderas con apócrifas y la investigación con la autobiografía. Sí habla de los orígenes y de la evolución de los boleros, del papel de las mujeres, con autoras de letras como María Grever, Consuelo Vázquez, Tina Polak, Isolina Carrillo o María Alma, y por supuesto varones, entre los que ocupa un lugar especial Agustín Lara. Habla de intérpretes como Ruth Fernández, Toña la negra, Olga Guillot, junto a grupos como los Panchos. Explica cómo las letras pueden tener varios significados, pues Bésame mucho puede ser un ruego o una orden, según quien lo cante, y también habla del contenido social de algunas letras, así ocurre con Angelitos negros, divulgado en España por Antonio Machín. O la presencia en el cine: la música de Perfidia en el clásico Casablanca, si bien en la película el verdadero bolero, en mi opinión, está en los ojos llorosos de Ilsa Lund (Ingrid Bergman), y aunque no figure en el libro, recordemos la importancia de los boleros en las películas de Almodóvar. Entre las muchas sugerencias que se pueden encontrar en el libro de Iris M. Zavala, me quedo con la siguiente: «No conozco a nadie que no haya cantado boleros, ni a nadie que no haya temblado de emoción ante una canción romántica». A lo cual añadiría que es difícil encontrar a alguien que no haya tenido alguna experiencia amorosa para la cual le hubiera gustado saber componer una letra de bolero. Poco después de leer el libro de Iris, en una entrevista a Cabrera Infante, leí que para él no había mejor disco de boleros que Desafíos, dado a la luz por Omara Portuondo y Chucho Valdés. Lo compré. Entre otras composiciones está Lo que me queda por vivir, del cubano Alberto Vera. Una parte de la letra adquiere hoy varios significados: «Lo que me queda por vivir será en tus manos/ Está en tu fe, está en tu ser, en tu sonrisa». El libro de Iris y el disco de Omara, excelente compañía para estos días, los recomiendo.

* Historiador