Irene Montero representa a Irene Montero y a las mujeres que se sientan representadas por ella. Esto debería pensarse con su carácter de excepcionalidad, porque uno casi siempre se ha encontrado, en sus días y noches, con mujeres capaces de labrar por sí mismas el oro de sus sueños, y llevarlos a cabo, en esa afirmación que es trabajar por lo que se desea y saberse con capacidades laborales para conseguirlo. Quiere uno decir que la mayoría de las mujeres que conoce, o aprecia en su arco de afecto, han llegado a sus cimas profesionales por una única razón: su capacidad, su eficacia y su talento. No han necesitado casarse con nadie ni hacerse con un libro de familia, ni han requerido la prueba del colchón. Han demostrado su valía sobradamente y lo siguen haciendo, en esa trinchera con francotiradores que continúa siendo el barro del trabajo, donde el machismo no se ha desterrado, ni mucho menos, por completo. Siempre he admirado a esas mujeres -insisto: la mayoría de las que he tenido la suerte de tratar- que siguen argumentando cada día que son mejores porque son mejores, pero nada más. Y si te ganan en un pulso o en un endecasílabo te están ganando porque son más fuertes o porque tienen la música del verso más interiorizada que tú, más rápida o veraz, más en la sangre al borde de la piel. Curiosamente, siempre he apreciado en esas muchas mujeres un tremendo respeto por los esfuerzos del feminismo por abrirse camino; pero, al mismo tiempo, han rehusado toda ayuda extra, porque se sabían con capacidad para alcanzar objetivos sin la humillación del victimismo. No digo que todas las mujeres brillantes sean así, pero sí que muchas de las que he conocido me han dado esa impresión: la de que no están dispuestas a suplicar nada, ni ninguna ventaja, porque se saben con la ventaja de su solvencia y su preparación.

Es evidente que Irene Montero, que no distingue entre prohibición por razones sanitarias y criminalización, o entre presunción de inocencia y culpabilidad sobrevenida, o que cree que los barrios obreros, solo por ser obreros, son de por sí homófobos, no puede representar a estas mujeres. No hablo de su formación general básica, sino de una mínima compresión de los rudimentos del lenguaje para diferenciar el contenido de unas palabras y otras. Esto Irene Montero aún no lo ha demostrado, más allá de su largo curso de gesticulación bocal en su eterna imitación del líder; pero, incluso así, tiene derecho a proclamarse representante de un feminismo que se caracteriza por todo lo contrario a lo que, hasta su llegada, había honrado al movimiento feminista. El problema viene cuando quiere erigirse como representante de todo el feminismo y de todas las mujeres. Y eso, unido a cuando confunde el significado de unas palabras con el de otras, ya sea por pura negligencia cognitiva o por una interesada maniobra de permanente distracción, anda despistando al personal que sí es de verdad feminista, en el sentido de las feministas, por ejemplo, que sí pueden enorgullecerse de haber triunfado en sus trabajos por sus méritos.

Cuando el jueves pasado la Delegación del Gobierno en Madrid anunció la prohibición «por motivos de salud pública» de todas las convocatorias de manifestaciones del 8M, Irene Montero respondió que lo cumpliría, como parte que es del Gobierno, pero que eso supone el «señalamiento» a la lucha feminista «por parte de quienes tienen una agenda reaccionaria convenientemente engrasada». Y siguió así: «A mí, a nosotras, no nos van a encontrar en esa criminalización del movimiento feminista». Porque, según ella, en el Ministerio de Igualdad «van a encontrar una oposición firme a esa España gris, machista, que nos quiere de vuelta a nuestras casas por parte de la extrema derecha».

Cuando se prohibieron las cabalgatas del 6 de enero nadie dijo que se estuviera criminalizando a los Reyes Magos, porque no era así. Uno puede aducir razones sanitarias sin tener una «agenda reaccionaria convenientemente engrasada», aunque quizá ella sepa explicarnos en qué consiste eso. Pero cada vez que alguien no te dé la razón, por motivos sanitarios o jurídicos, la respuesta no puede ser o el victimismo o la extrema derecha. Aunque no lo creas, hay más mundo fuera de esos muros. Sin paternalismo te lo digo: cómprate un diccionario, y de paso estudia algo de derecho, aunque sea lo justo. Porque aquí nadie está criminalizando nada. Criminalizar, Irene, es otra cosa. Como, por ejemplo, decidir que todo hombre es culpable por el hecho de serlo.

* Escritor