Si el pulso político de un territorio tiene un reflejo en su vida parlamentaria, la sesión de investidura de Jordi Turull dibujó una imagen de Cataluña muy preocupante: apática, carente de pasión, deslavazada, con un candidato que ya sabía que no saldría elegido y que hoy comparece ante el Tribunal Supremo (TS) con un elevado riesgo de ingresar en prisión preventiva. La sesión, celebrada después de tres meses de bloqueo político, fue la consecuencia de la deriva unilateral del independentismo y de la falta de diálogo político que aborde el «problema catalán» más allá de los tribunales. Convocada a toda prisa para adelantarse a la comparecencia ante el TS de Turull y otros cinco parlamentarios (Raül Romeva, Marta Rovira, Carme Forcadell, Josep Rull y Dolors Bassa, si bien las tres mujeres renunciaron anoche a sus escaños), la sesión nació muerta por la decisión de la CUP de abstenerse en la votación. Conocedor de este hecho, Turull no tuvo que hilvanar un discurso para seducir a los anticapitalistas. Reivindicó el 1 de octubre, habló de generalidades y ofreció diálogo al Rey de España y al Gobierno de Mariano Rajoy. En la votación fue derrotado. La normativa del Parlament indica que el sábado debería volver a presentarse a votación para tratar de lograr una mayoría simple. Para ello, a no ser que los fugados Carles Puigdemont y Toni Comín renuncien a sus escaños, necesita que al menos dos diputados de la CUP voten «sí», un cambio que se antoja imposible. Pero antes, como él mismo recordó desde el estrado, el candidato a president tiene una cita en Madrid, ante el juez Pablo Llarena. Y ayer, la Sala de Apelaciones del Tribunal Supremo decidió mantener en prisión tanto al número dos de JxCat, Jordi Sánchez, como al exconseller de Interior Joaquim Forn, a pesar de que en el caso de este último la fiscalía, a instancias del Fiscal General del Estado, pidió la libertad bajo fianza. Hoy, la comparecencia ante Llarena puede dar lugar a una nueva espiral de acción-reacción de la que se nutre el procés, a otro «agravio» más de los que tanto necesita la facción del bloque independentista que propugna el enfrentamiento contra el Estado. La imagen de un president de la Generalitat encarcelado es la que buscaba el independentismo ayer. No la tendrá, pero el sábado quizá Turull no pueda asistir a la segunda votación.

Es cierto que la pantomima de ayer responde de nuevo a la estrategia independentista para mantener en candelero a los políticos catalanes responsables de las ilegalidades que han llevado a Cataluña a esta situación. Pero, por encima de lo que diriman los tribunales, sería necesario un esfuerzo para resolver este largo impasse. Eso exige altura de miras, buscar a un candidato sobre el que no pesen acciones judiciales e incluso, en un mundo razonable que hoy parece imposible, alcanzar consenso con los grupos no independentistas. El reloj de las próximas elecciones se ha puesto ya en marcha.