De nuevo los europeos iniciamos la representación de una nueva tragicomedia de enredo, atestada de soporíferas reuniones inservibles, hasta concluir en la irritación y el estupor. Hace unos cuantos años le tocó la china a los griegos y enorme fue la pedrea (de pedrada) que llovió sobre la cabeza de españoles, portugueses, italianos… Ganaron Alemania y Holanda; los nórdicos quedaron aliviados y los países del centro y este europeo: Polonia, Hungría, Chequia…, a los que poco se perjudicó, continuaron acerando el gesto del ofendido hasta alcanzar hoy altas cotas de radicalidad y desprecio hacia la Europa que imitaron y tanta ayuda les dio, pero con la que continúan sin compartir valores como los recogidos en la Declaración de Derechos Humanos. Son, sobre todo, proclives al autoritarismo, el nacionalismo radical, el mantenimiento de las tradiciones, incluidas las míticas, y a dar lustre al linaje y la raza.

España, Italia y Portugal salieron de la crisis más dura poniendo sus más preciados activos en el mercado de fondos a precios de saldo. Grandes capitales compraron por poco los activos más apetitosos, en tanto que el Gobierno agradecía la inversión regalándole mano de obra barata para que pronto fueran competitivos. Nos convertimos definitivamente en un país low cost. En esta misma mudanza dejamos arrumbadas la educación pública y la universidad y amputamos hasta niveles suicidas la sanidad pública. A los hábiles liberales de nuestra época, los neocon del beneficio sustancioso y rápido, se les facilita la entrada y se adueñan del Master sustancioso (¿nos recuerda algo?) al que aúpan a la categoría de formación mainstream, y se comienza a derivar por decenas de miles de pacientes a la sanidad privada que, ojo, ahora en plena crisis de coronavirus cierra hospitales y consultas, y hasta el Ministerio de Sanidad tiene que pedirle que presten los respiradores que mantienen ociosos antes de que bajen las persianas.

El nuevo grito europeo (que también es mundial) viene precisamente por la sanidad. Un virus velocísimo y corrosivo que entra por Italia, golpea con dureza a España y se extiende por el resto del continente. Tenemos países literalmente encerrados y la angustia por la enfermedad rampante, el paro y la penuria económica crece geométricamente. De nuevo estamos ante otra hora de Europa (o para qué debería servir también Europa). Nueve países encabezados por Francia, Italia y España piden un plan de choque urgente para detener la hemorragia múltiple que provoca la pandemia y sus consecuencias, y de nuevo el frente de la austeridad: Alemania, Holanda, Austria, Finlandia… se opone y lo paralizan. Que cada país se apañe con sus recursos propios: les daremos facilidades para que se salten los límites de déficit y haremos posible que el BCE sea tan benefactor como en tiempo de Draghi. Poco más.

Ocurre algo muy similar a lo sucedido en los años duros de la crisis de 2008. Se impuso el que cada palo aguante su vela y los créditos que te concedimos nos los devuelves por las buenas o por las malas. El austericidio hizo pobres a decenas de millones de europeos y condujo a un crecimiento de la desigualdad como nunca en décadas. Ahora el trío de grandes países europeos mediterráneos han conseguido que en 15 días se reúna el Eurogrupo de nuevo. Quiere una suerte de Plan Marshall, una estrategia europea para recuperar la normalidad social y económica tras la superación de la pandemia; piden algo que es ya una insistencia de muchos años: la emisión de eurobonos, la creación de una deuda común. Y aunque aún no lo verbalizan en público, muchos de estos dirigentes políticos del sur (y miles de politólogos, profesores y economistas de todo el mundo) piensan de manera similar al veterano y curtido periodista en materia comunitaria, Xavier Vidal-Folc: «Europa, o avanza con decisión hacia la creación de una deuda común, los eurobonos; o se arriesga a su declive, su desgarro, quizás a su dilución».

Curiosamente, esa misma Europa que solo se interesa por el resto cuando todo marcha bien y obtiene provecho, es la que más habla de valores europeos. Ocurre que aparca esa verborrea cuando ha de comprometer su bolsillo. También hace bandera de otros derechos, sí, pero no más sirios, ni más negros en nuestras ciudades. El mal no es solo la pandemia.

* Periodista