El año 2019 se inicia cargado de simbolismo en lo que se refiere al futuro de la escena política internacional. Con la toma de posesión de Jair Bolsonaro como presidente, Brasil entró ayer en una fase de su historia llena de riesgos para el propio país, pero también para la democracia en América Latina. Los brasileños votaron --y lo hicieron 55 millones de votantes, una cifra similar a la del número de pobres que hay en el enorme país americano-- por un ultraderechista que acumula todo el catálogo de tics populistas y autoritarios. También dieron la llave del Congreso al PSL, la formación de este exmilitar, que quedó en segundo lugar tras el denostado Partido de los Trabajadores (PT) de Lula y Rousseff, y barrió a la socialdemocracia. Bolsonaro ganó con una campaña plagada de eslóganes vistosos y lugares comunes, pero sin ningún atisbo de un programa concreto. Llega la hora de la verdad y de entrada se resume en dos cuestiones, la reforma del sistema de pensiones y la gobernabilidad.

El tema de las pensiones es urgente. De cómo lo afronte el nuevo presidente dependerá el futuro de su mandato. Brasil tiene uno de los sistemas de jubilación más generosos, tanto por lo que se refiere a la edad de la retirada como a la retribución, lo que lo ha convertido en insostenible contribuyendo en gran medida al déficit presupuestario. El Gobierno y el Congreso salientes aparcaron la cuestión pasándole a él la patata caliente.

El otro gran reto que tendrá Bolsonaro es el de la gobernabilidad. Ganó las elecciones con una neta mayoría del 55,13% de los votos. Sin embargo, el Parlamento tendrá una gran fragmentación con la presencia de 30 partidos. Legislar puede resultar un auténtico guirigay con el riesgo añadido de que el presidente, hombre autoritario, decida actuar por su cuenta. Es este un riesgo posible. El interrogante está en saber si los brasileños estarán dispuestos a seguirle en la senda del aventurismo político y de la merma de las libertades. La mano dura que, sin duda, impondrá (lo más concreto de su programa) en cuestiones de seguridad ciudadana y de moralidad marcarán la pauta. Ayer lo dejó claro: «Brasil y Dios», fue su compromiso, con el aplauso de líderes como los primeros ministros de Israel y Hungría y la felicitación de Donald Trump en las redes.

Bolsonaro no ha mostrado interés por la política exterior de su país, el más grande de la región. Sin embargo, su influencia puede ser enorme en un subcontinente atenazado por numerosas crisis de signo distinto, desde la de Venezuela a la de Argentina. La tentación de volver a modos poco o nada democráticos en aquella parte del mundo en la que tanto costó deshacerse de regímenes autoritarios puede ser el peor efecto de su llegada al poder.